33. Adorada Lampi

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33. Adorada Lampi.

Dormí fatal. Casi habría pasado la noche mejor con Linda. Heath era una compañía horrible, que siempre intentaba robarme las mantas en cuanto podía. Y luego se estiraba y no me dejaba espacio.

–No se te ocurra volver a dormir conmigo nunca, ¡eres incómoda!

Heath ya había visto que estaba despierta. Entre nosotros todo era una rutina: saludarnos, enfadarnos, y mandarnos a la mierda.

–¿Cómo que yo?—le miré sin poder creerlo.—No has parado de darme patadas.

–Tú me has dado patadas, y me has abrazado, y pegado en la cara...

–Y tú me has robado las mantas.

–Porque querías ocupar todo el espacio.–resopló y yo puse los ojos en blanco.

–¿Y has soñado con angelitos?–sonreí un poco, al ver como se tumbaba en la cama bocarriba.–Es decir, conmigo.

Empezó a soltar unas grandes carcajas, y enfadada le tiré la almohada a la cara. Pensé en insultarle, pero necesitaba pensar nuevos insultos. Los que tenía los iba a acabar gastando.

–¿Tú un angelito?–me miró extrañado.–Eres un demonio.

–De los peores...–susurré con voz siniestra.

–Lo sabía desde el principio.–puso una sonrisa orgullosa de niño sabelotodo.

–Hago un aquelarre todas las noches, quemo muñecos vudús, e invoco a satán para que venga a mí.

–¡Que divertido! Tienes que enseñarme.–se acercó a mí con los ojos brillantes de ilusión.

–A ver.–le miré.–Esto es algo muy serio y peligroso. Si invocas demonios pueden mezclarse con tu alma y poseerte.

–Bueno, pero al menos podremos hacer un muñeco vudú, o adorar a algo.–me pidió, poniendo morritos de cachorrito.

–Sí, a la lámpara.–respondí con ironía.

Pero él o no la pilló o le dio igual. Porque cogió la lámpara y la puso en medio del suelo mientras yo le miraba pensando seriamente que había sido poseído por el demonio de la idiotez.

–¿Ahora que hacemos?–me miró.

Claro, como si yo fuera una bruja que hace rituales satánicos igual que come todos los días.

–Hay que dibujar una estrella pentateutica alrededor de Lampi.–reí al final, y se quedó totalmente convencido.

–¿Te sirve una tiza?–encontró una de color rojo entre su ordenado desorden.

–Sí, trae.–extendí la palma de la mano.

Comencé a trazar una estrella de cinco puntas, más o menos irregular dejando en el pentágono de en medio a nuestra Lampi.

–Entonces ahora...–empecé a decir con voz siniestra.–Lampi será nuestro dios...no hay nada más que Lampi...

Sentada como los indios, estiré los brazos hacia arriba y comencé a alabar a Lampi.

–Somos los elegidos para adorar a Lampi...–dijo Heath, y dio una palmada solemne.

–Oh Lampi, recibe nuestra oración, y alúmbranos con tú luz...

Salté hacia atrás muerta de miedo. ¡LAMPI SE HABÍA ENCENDIDO SOLA! Porque no estaba enchufada. Sólo faltaba que Lampi se levantase y se pusiera a andar.

–¡Atrás la lámpara se ha encendido sola!–le avisé.

–Ohhh, Lampi ha respondido a nuestra llamada.–siguió él, sin hacerme ni caso.

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