46. Fuego, veneno y mucha seriedad

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46. Fuego, veneno y mucha seriedad

El alcohol burbujeante destrozó mi garganta provocándome un ardiente cosquilleo y unas náuseas revoltosas en estómago.

Pestañeé varias veces asqueada, con los ojos húmedos, antes de volver a pegar el décimo y el último trago con el que iba a terminar con aquella mezcla de fuego y veneno: vozka negro.

–Enana, acabas de impresionarme.

Me tambaleé no pudiendo guardar el equilibrio y aterricé sobre algo que se interpuso entre el suelo y yo. Alguien musculoso, fuerte, y seguro de sí mismo. Ese sólo podía ser Heath.

–¿Sí?–conseguí articular con un pequeño toque desafinado al final de la palabra.

El mundo daba vueltas y más vueltas... El alcohol debía de conseguir que percibiéramos cómo la tierra giraba sobre su eje. Bajo los efectos de una noche desfasada, esa era mi lógica explicación. Y también la única.

–Pero aún borracha eres aburrida, Megan.

Eso sonaba a una provocación sin límites. ¡El trato era que no volvería a decirlo! Y que admitiría que era lista.

No podía distinguir la expresión de ese idiota sin precedentes que me sostenía, pero seguramente esperaba cualquier tipo de reacción molesta por mi parte ante sus palabras.

Podía escoger entre:

1: patada en sus partes masculinas.

2: impacto a mano abierta en su mejilla.

3: vomitarle encima.

Como la coordinación y el equilibrio me habían declarado la guerra esta noche, tuve que añadir una opción extra que no me resultara tan costosa y que le sorprendería: indignarme y dejarle sólo.

Me escurrí de entre su agarre y traté de pensar qué era lo que podía hacer que a todo el mundo le parecía siempre de lo más divertido para que él dejara de llamarme enana y aburrida.

El karaoke y el vodka no habían dado resultado.

¿Peleas? Seguro, en cualquier película americana todo el mundo se ponía eufórico con las peleas, levantando los puños y coreando para pedir un poco de acción.

Mi puño salió disparado, y mi coordinación debía de haberme dado tregua, porque en los nudillos noté el impacto de una mandíbula.

–Ja, ia no soy taaan aburida, ¿eh?

Una masa corporal se me vino encima y me tiró al suelo. Lo siguiente que noté fue un puño en mi cara que me hizo ver las estrellas y un inexplicable impulso que me hizo incorporarme y quedar a horcajadas de mi rival. Los brazos iban y venían sin parar como si tuvieran vida propia, de vez en cuando sentía un ligero dolor en el ojo izquierdo y mis nudillos frescos, lo que quería decir que seguramente se había desgrrado la piel dejando al descubierto la carne viva.

Pero de repente la masa corporal se esfumó completamente y mis puños sólo golpeaban aire y se entrechocaban entre sí.

Resbalé con una botella, y di un traspié que fue evitado por mi príncipe salvador de la noche.

Rectificando, por el idiota de Heath. Por segunda vez le vi evitando un encontronazo mío con el suelo.

–¡Megan, en qué estabas pensando!

Su mirada preocupada se clavó en mis ojos claros y enturbiados por el alcohol.

–No girites... Que no stoi sororda...–tartamudeé.

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