18. ¡Mótivate!

157 20 0
                                    

18. ¡Mótivate!

Aquella misma tarde, después de hablar con mi madre por teléfono sobre que tenía que dejarme de distracciones y trabajar decidí hacerle caso y ponerme a estudiar.

Con Heath, claro.

¡Ding Dong!

Golpeé con uno de los pies en el felpudo de su casa mientras esperaba. Dentro de su casa, se ecuchaban gritos (que raro).

–¡Tú, abre la puerta!

–No puedo, tío.

–Si estás en el sofá.

–¡Por eso!

–Cuando tu estás ahí seguro que no te levantas ni al baño.

–¿Qué has dicho?

Se empezaron a escuchar gruñidos, y una puerta se abrió a la vez que gritaba una voz que reconocí.

–YA VOY YO, COMO SIEMPRE.

Heath, con una camiseta gris holgada y unos pantalones cómodos, abrió la puerta de golpe y me lanzó una mirada nada agradable.

–¿Tú entiendes algo de los logaritmos?–entré en su casa tranquilamente.–Porque como da la casualidad de que tú estás estudiando matemáticas me he dicho, voy a preguntarle a Heath.

Su hermanos, tirados en el sofá, ahogaron unas risitas mientras Heath seguía en la puerta sin cerrarla. Ejem, ejem, idirecta de que no me quería ahí.

–Oh, tranquilo, que si no los entiendes podemos pasar a las parábolas.

No se movió del sitio, y mantuvo sus ojos verdes fijos en mí.

–¿Tampoco? Vaya, vas peor que yo, y eso es mucho decir, pero estoy segura de que algo sobre los ángulos convexos sabrás y...

–Vete.

–De acuerdo, de acuerdo, ya me voy.–no era para ponerse tan borde.

Me giré, y me dirigí derechita hacia su cuarto para poder estudiar mejor. Esparcía todo mi desorden de hojas cuando le escuché cerrar la puerta de un portazo y caminar malévolamente hacia mí.

Asesinada en tres, dos, uno...

No, mejor empezaba de nuevo:

Tres, dos, uno...

Tres, dos, uno...

Para mi sorpresa, Heath tan sólo cogió otra silla y se puso a mi lado.

–¿No estás enfadado?

–Sí, pero tú no te vas de ninguna manera.

Realmente estaba enfadado. Y se ponía tan adorable...

Le miré con una sonrisa boba.

¡STOP! ¿Qué acababa de pasar? Me di dos bofetadas mentales, y parpadeé. Nada, no había pasado nada.

–Si dejas de cambiar de caras tontas sin parar, me gustaría que me explicaras los algoritmos.

–Eso es fácil.

–¿Me vas a explicar o no?

–Vale, v a l e, no me mates.

–Boba.–me empujó en el hombro.

Miré sus apuntes tratando de explicarle de manera que pudiese entender aquello.

–Vamos a quitar todos los apuntes de la mesa.–los retiré a un montón en la esquina.–Y seguiremos a mi manera. Idiota.

BETTERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora