Murallas

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Destrian inclinó su cabeza hacia Regina, lo suficiente para sentir el calor emanar de su rostro ruborizado, pero no lo suficiente como para besarla. Quería que ella lo besara de nuevo, ya que él no tenía idea de cómo hacerlo, y tampoco contaba con el coraje suficiente.

La única experiencia que tenía fue la de la noche de su boda, pero se encontraba tan ebrio y confundido que apenas había notado lo que hacía. Se había dedicado a imitar las acciones de Regina, y a evitar vomitar sobre ella.

Destrian había pasado gran parte de sus años de adolescencia esperando aquel día, y el futuro que le esperaba junto a Regina, pero nada había resultado como se lo imaginó.

El recuerdo de Regina siempre había causado algo extraño dentro de él, una mezcla de miedo y deseo. Jamás podría borrar de su mente el rostro de desagrado que ella puso al conocerlo, pero ya era tarde. El pequeño Destrian de ocho años ya se había enamorado perdidamente de aquel ser angelical.

Era la niña más hermosa que sus ojos hubiesen visto, con aquel cabello rizado y del rubio más particular. Todo en ella le recordaba a los querubines de los tapices que cubrían las paredes de su cuarto. Y sus ojos, de un castaño oscuro y cálido, pero que al sol parecía refulgir como oro líquido. Sin embargo, cuando aquellos mismos ojos lo miraron con el más profundo desprecio y repugnancia que pudo imaginar de una niña de ocho años, el ángel en ella fue reemplazado por un hermoso ser demoniaco.

Por los años que vinieron -y con una frecuencia absurda- Destrian pasaba las noches soñando con Regina. Sueños donde él era la razón de sus sonrisas y carcajadas. Sin embargo, aquellas fantasías no demoraban en tornarse en atroces pesadillas.

En algunas, Regina era enorme, y lo aplastaba con sus delicados y kilométricos pies. En otras, Regina lo engatusaba a adentrarse con ella al bosque, y lo abandonaba a la mitad de él, sin saber cómo regresar al castillo.

Y así, cientos de pesadillas donde Regina le rompía el corazón de la forma más despiadada que pudiese imaginar.

Sin embargo, al volver a verla aquel otoño, todos sus sueños parecían tomar forma.

Todo parecía propenso a funcionar.

Hasta que lo arruinó.

¿Tendría el valor suficiente para solucionarlo?

-Me iré a la cama. -comentó Regina desviando la vista y alejándose de él. -Debemos partir al alba.

Y así, sin siquiera haberlo intentado, Destrian volvía a perder su oportunidad.

Podía sentir en sus venas, y en la atmosfera del cuarto que lo había arruinado todo. Había tardado mucho en atreverse y besarla de una vez por todas. Como envidiaba a aquellos hombres que se precipitaban sobre las muchachas y siempre salían victoriosos. Si él se atreviera, sería rechazado de la forma más atroz posible.

Él jamás tendría oportunidad alguna con Regina. La unión de ambos había sido una broma del destino. -pensó el joven. -Por más que lo intentara, por más que insistiera, Regina solo cedería a él como una mera obligación, pero jamás por voluntad propia.

Había sido maldecido con aquella apariencia. El mismo cabello rojo que era el orgullo de su familia materna, era una causa de burla y desprecio para los demás. Y por no mencionar aquellas orejas, que formaban parte de una herencia que se remontaba a siglos o tal vez milenios atrás, no hacían más que delatar que había algo raro en él.

Resignado, y avergonzado por el espectáculo fallido que había montado, Destrian comenzó a desvestirse en un rincón poco iluminado del cuarto.

Lo único que le tranquilizaba era saber que en una semana finalmente llegarían a Adelby, donde podría darle a Regina todo el espacio que quisiera, pero ahora era momento de descansar.

Regina (2° Libro de Las Crónicas de Caister) ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora