Capítulo 1

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Nota: El mundo necesita más historias de Bella&Nellie, así que aquí estoy. Ambas tienen 36 años y Bellatrix está basada en los libros más que en las pelis. Actualizaré los domingos. 

Agradeceré con todo mi ser vuestros votos y comentarios, me hacen feliz y me animan a seguir. ¡Ojalá os guste!

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Había renunciado a todo por él. Su estatus, su belleza, su tiempo, su familia, su futuro, su libertad, su cordura... Todo. Se lo había entregado todo y no se arrepentía.

Sentada en el tocador de su majestuosa (aunque algo decadente) habitación, Bellatrix contempló el reflejo que le devolvía el espejo. Había transcurrido poco más de un año desde que se fugó de Azkaban y su aspecto había mejorado. No por sus esfuerzos sino de forma natural; a excepción de la poción que la obligó a tomar Narcissa para corregir sus dientes, ahora blancos y simétricos. Su piel había recuperado la palidez aristocrática desterrando el tono amarillento inherente a la enfermedad. Seguía delgada, pero sus curvas habían vuelto a los lugares indicados. Sus labios eran de un tono semejante a la sangre sin necesidad de cosméticos, no obstante, lucían pequeñas arrugas tras años de deshidratación. En contraste con lo aniñado de sus facciones, sus manos y su rostro parecían acumular más edad de la que poseían. Y luego estaban las ojeras que permanentemente enmarcaban sus ojos. Pero sus ojos...

¡Oh, sus ojos contaban una historia completamente diferente! La energía, la fortaleza y la pasión rugían en ellos con más fuerza que el océano en Azkaban. También mostraban un brillo cruel y una seguridad en sí misma difícil de igualar. Todos coincidían en que sus pupilas reflejaban la oscuridad de su ser, pero si alguien la hubiese mirado de cerca –si a alguien se lo hubiese permitido-, hubiese visto que el negro de sus iris era en realidad un verde oscuro como el corazón de una selva tropical. Pero solo su Señor se atrevía a mirarla. Y con el único propósito de leer su mente para saber si mentía. Hacía años que dejó de hacerlo: ella jamás le mentía y él le enseñó tan bien que ya no era capaz de derribar sus barreras.

Contempló su reflejo e intentó sonreírse. No fue capaz. Se apartó los mechones que caían sueltos, ese era el verdadero desastre: su pelo. No había hecho esfuerzo alguno por cuidárselo o al menos reparar el daño. Lo que antaño fue una melena lisa, brillante y oscura ahora eran greñas repletas de enredones que caían hasta su cintura. No recordaba haber usado un peine jamás. ¿Qué más daba su aspecto? Era una guerrera, no necesitaba estar guapa, solo ser letal. Y lo era.

-¡Bella!

-Aquí –respondió la mortífaga con hastío.

- Meredith ya ha llegado –informó Narcissa entrando en su habitación.

-¿Es necesario? –suspiró la morena.

-Sí. El Señor Oscuro así lo quiere, me lo ha ordenado a mí porque sabe que a ti te da igual. Para una tarea coherente que nos manda, no pienso fallar.

-Oye, no...

-Tienes que parecer lo más normal posible, pasar inadvertida en la misión esa. Y la forma más sencilla es que vuelvas a ser tú. Tu antes de... esto, ya sabes –murmuró señalando su caótica melena con aprensión.

Su hermana puso los ojos en blanco pero asintió derrotada. Al poco apareció Meredith, la peluquera de Narcissa desde hacía más de una década, con un maletín en el que cabría toda la fauna del Bosque Prohibido. La bruja estilista estaba acostumbrada a acudir a la Mansión Malfoy para asistir a los Malfoy. Nunca hacía preguntas, su discreción era tan preciada como su habilidad. No obstante, jamás había atendido a la hermana mayor y le generaba bastante reparo. Aún así, con su profesionalidad habitual, se presentó a la morena, que respondió con una mirada de desprecio, y se puso varita a la obra.

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora