Introducción

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—¡Amelie!—Escuché un grito en mis sueños que me hizo abrir los ojos exaltada levantarme de un salto de la cama. Toqué mi frente y el sudor frío bajaba en gotas considerables, otra pesadilla, ¿cuando se irían?

Los golpes que le daban a la puerta eran fuertes y repetitivos, me encogí en mis sabanas y luego de unos segundos solté un largo suspiro ¿Quién demonios toca a estas horas? y mucho más con una lluvia tan fuerte. ¿Quizá conocidos de los antiguos dueños? Fruncí el ceño y frote mis ojos con cierta pereza dudando en si levantarme a investigar que pasaba.

Hice una mueca mientras bostezaba y ya decidida volví a levantarme, me coloqué mis pantuflas y me cubrí bien con la bata que antes descansaba en la mesita de noche. Relamí mis labios y empecé a bajar con cautela. Cuando llegué al final de las escaleras tomé el bate que ahí descansaba y lo apreté lista para cualquier cosa. Mientras caminaba a la puerta sentía pequeños espasmos recorrer mis músculos, mi cuerpo despertando por el frío de las noche y los claros nervios que me invadían me atacaron al mismo tiempo. Vamos, Ami, tú puedes. Mordí mi labio inferior y terminé plantandome frente a la puerta.

Al momento de abrirla alcé una ceja ¿nadie?, estaba segura de que había escuchado los golpes en la puerta, suspiré cansada, que pérdida de tiempo, pensé. Dejé el bate cerca del perchero y cuando me dispuse a cerrar la puerta escuché un... ¿quejido?

Desvíe la mirada al suelo y ahí fue cuando me di cuenta. Los pies de un pequeño bebé se asomaban de aquella camita que estaba tirada frente a mi puerta. Me estremecí asustada e inmediatamente jale la cama pequeña improvisada hasta adentro de casa

¿¡Qué demonios!?

Aparté la sabana que cubría todo el cuerpo del bebé y solté un suspiro aliviado, estaba despierto mirando todo con curiosidad, sobre él una pequeña nota

"Por favor, cuídalo, su nombre es Oliver. Confío en ti"

—No, no...—Negué con la cabeza sin poder creerlo, esto no podía ser real. Tiré la nota y con rapidez salí de la casa, sin importarme nada, busqué y busqué con la mirada al causante de aquello, pero era tarde, no había nadie a la vista, todo estaba hecho. Las calles estaban vacías por completo, sólo estaba yo empapándome con una mueca consternada

—No puede ser...

Y desde este día, mi vida cambió, ese pequeño niño que había llegado sin avisar a mi casa, empapado y curioso, me cambió permanentemente. No me importa si fue para bien o para mal, pero yo... Me alegro de que llegara

Mí Pequeño ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora