capítulo 36

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EVA: 

Miraba a mi padre con los ojos abiertos, no podía creer aún lo que escuchaba.

- Dentro de dos mese cumplirás los dieciocho. Te dejaremos tiempo, pero antes de Navidad estarás trabajando con nosotros.

- Pero...

- Ni peros ni peras, Eva vas a trabajar en esto y me da igual lo que digas.

- Esque no quiero, no quiero. Yo pensaba que teníais claro que me dedicaría a la música - no quería seguir allí, mis ojos se llenaron de lágrimas. Pero no quería llorar porque sino me verían más débil.

- Me da igual, llevamos planteando y preparando esto desde que naciste. Tu abuelo lo ordenó.

- ¿Cómo? - lo miré extrañada.

- Mi abuelo fue el que fundó la empresa, es decir el negocio... Tú debes seguir con el legado.

- Pues no voy a seguir, y como los dieciocho años que dentro de poco voy a tener. Voy a decidir por mí misma - me crucé de brazos, no lloraba, no siquiera tenía lágrimas en los ojos. Me sorprendía porque no me gustaba discutir y cuando lo hacía lloraba, pero ahora no.

Mi padre miró a mi madre esperando saber que opinaba ella. - tampoco podemos obligarla, es su vida - le sonreí.

- Es vida porque yo he estado pendiente para que pueda vivir bien sin quejarse - la sonrisa se me quitó de golpe y miré con el ceño fruncido a mi padre.

- Pues como todos papá, no eres el único padre en el mundo que tiene que trabajar y que tiene hijos. Pero eso no te da razones para que me prives de lo que yo quiero.

- Está bien, si tan convencida estás - levantó las manos en señal de paz. No me lo creía, había dicho que sí, siendo mi padre obvio que traía alguna consecuencia.

Abracé a mi madre, la cual también estaba contenta por mí. - ai mi niña.

- Pero... - las dos nos separamos y lo miramos serias - te vas ahora mismo de esta casa - señaló la puerta.

- ¿Qué estás diciendo? - dijo mi madre levantándose.

- ¡Largo! - gritó él mirándome, ignorando a mi madre.

Yo no me moví, él al verme quieta me agarró del brazo y me echó.

- Vive tu vida, pero que sepas que a tu familia la has perdido para siempre. Desagradecida - cerró de un portazo en mi cara.

Esta vez no pude aguantar las lágrimas, no tenía dónde ir. Solo tenía diecisiete años y un padre al que no le importaba lo más mínimo, o eso parece.

Miré en mi reloj la hora, bueno mejor dicho el reloj de Hugo. Mis ojos se abrieron como platos y salí corriendo para la estación.

Al llegar estaban anunciando que en poco saldría el tren dirección Córdoba.

- Un billete a Córdoba... Para este tren por favor - la mujer me miró extrañada para después dirigir su mirada al ordenador.

- Sí, solo queda uno. Tienes suerte - me lo tendió y lo cogí rápido con un "gracias" casi inaudible.

Entré rápido en el tren que me tocaba, busqué en todos los asientos hasta que me topé con dos cabelleras rubias y una morena.

Conforme me acercaba se iba escuchando más en tono cordobés de aquellas tres personas, de hecho era a los que más se les escuchaba.

- ¿Puedo sentarme? - Pregunté haciendo que los tres me miren.

- ¡Eva! - Hugo casi salta del asiento para abrazarme -¿Qué haces aquí? - me preguntó al separarse del abrazo.

•La Mujer Del Vestido Morado•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora