ATENTADO

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Llevaba ya casi seis meses viviendo en mi nuevo hogar con Daniel y con mis nuevos padres, aunque aún no los llamaba así en ese entonces

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Llevaba ya casi seis meses viviendo en mi nuevo hogar con Daniel y con mis nuevos padres, aunque aún no los llamaba así en ese entonces.

Ya me había acostumbrado a tener mi propio cuarto para mí solo y eso me encantaba. También me acostumbré rápidamente a tener a mis amigos bastante cerca y a tener una mascota.

Sí... en esa casa teníamos un perro (bastante grande) blanco con algunas manchas negras llamado Chispas. No se confundan, no era un dálmata. Era un perro que no tenía una raza definida y mis nuevos padres lo adoptaron semanas después de nosotros.

A lo que aún no me acostumbraba era a levantarme tarde. Los fines de semana, yo me despertaba y levantaba a las seis de la mañana mientras que Daniel y mis nuevos padres lo hacían como a las nueve o diez de la mañana.

Ese día, intenté quedarme en mi cama el mayor tiempo posible. Sin embargo, solo aguanté hasta las siete de la mañana porque ya tenía hambre. Me levanté y fui a la cocina para prepararme el desayuno... pero no había nada. Debo mencionar que incluso Chispas estaba dormido.

Me cambié de ropa para ir a la tienda a comprar algo para comer. No es que mis nuevos padres hayan sido malos y no hayan querido comprar comida, es que muchas veces eran algo olvidadizos o compraban el desayuno cuando se levantaban.

En fin, diferentes costumbres y hábitos.

El punto es que ya estaba a punto de salir de la casa, cuando Chispas se despertó y éste comenzó a ladrar.

 —¡No, Chispas! —susurraba—. ¡Ya cállate! —le decía mientras él saltaba y me lamía la cara. Probablemente para que no me vaya—. ¡Solo iré a la tienda! ¡Ya bájate! —me daba cosquillas sentir su húmeda lengua y nariz en mi cara—. ¡Vas a despertar a Ernesto y a Adelaida! —le advertía, pero no me hacía caso.

—¿Alonso? —era Ernesto: mi nuevo padre. Se había despertado por culpa de todo el ruido—. ¿Qué haces despierto, hijo? 

Ni bien escuchamos su voz, Chispas y yo nos quedamos más quietos que una estatua. Yo por la vergüenza y Chispas porque sabía que había despertado a su amo.

—Es que... iba a ir a la tienda —expliqué bajando la mirada—. Perdón. No quise despertarte —al menos ya no lo trataba de "usted".

—No, no. Tranquilo. Supongo que tienes hambre de nuevo —asentí con la cabeza—. Mira, lo que pasa es que ayer Adelaida cambió de lugar la comida. Quizá por eso no encontraste nada —entró a la cocina y sacó de la alacena varias cosas como: cereales, barras de cereal, galletas, frutas, leche y demás—. Se supone que ella debía decírtelo, pero quizás se olvidó.

—Oh, bueno... no hay problema —dije solamente. Él sonrió.

—Gracias por entender, Alonso. Discúlpanos por todos los errores que cometemos —admitió algo avergonzado.

AVENTURAS #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora