Capítulo cuatro.

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Elah aparcó el auto unas casas más adelantes que la de Galvin

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Elah aparcó el auto unas casas más adelantes que la de Galvin.

Bajamos de este, yo lo hice con mala gana.
A medida que nos aproximábamos a la fiesta, mi presión iba disminuyendo levemente.
Me estresaba la idea de tener que andar escondiéndome del muchacho.

Porque eso era exactamente lo que iba a hacer.

Mi amiga y yo enredamos nuestros dedos alrededor de los brazos de Clay, quien caminaba en medio de nosotras.

Tenía el estómago revuelto, y un humor de perros. Comenzaba a agitarme con tan solo pensar en lo mucho que tendría que huir esa noche del adolescente alzado cual gato en celo.

Fulminé con la mirada a mi amiga cuando esta llamó a la puerta principal de la casa.

Tras unos segundos de espera, el dueño de la residencia nos atendió con una sonrisa de oreja a oreja.

—Hola, Galvin.—Saludé con desagrado. En un gesto descarado, me tomó por la cintura y plantó un baboso beso en la comisura de mis labios.

Qué horror.

—Guarda espacio para Dios.—Añadí empujándolo con mi mano en su pecho y así poder crear algo de distancia.

—Lo que tú digas, hermosa.—Simuló lanzarme un beso con sus labios.—¿Te gusta la fiesta?

—No lo se. Tal vez si me dejaras pasar de una vez por todas lo sabría.—Vociferé con tono seco.

Se quitó de mi frente y me dejó adentrarme en el hogar, no sin antes hacerme una reverencia como si yo fuera una especie de reina.

Me limité a rodar los ojos.

Había una cantidad considerable de gente. Un quince porciento o quizás un poco menos, eran los estudiantes de mi escuela y el resto, completos desconocidos para mí.
La música sonaba a un volumen alto. La luz en el lugar era tenue y de un color azul, que reflectaba un patrón de arcoíris al chocar contra los papelitos de colores que pegó el dueño de la casa en la pared.
Las botellas estaban desparramadas por todos lados, al igual que los vasos desechables, que posaban doblados y con restos de alcohol sobre el suelo o directamente por todos los muebles de la casa.

—Bebe.—Clay, a quien me lo encontré a medio camino en la sala de estar, me tendió la mitad de un vaso con cerveza.

Le di un trago largo a mi bebida.

—¿Dónde está Elah?

—Con su novio no novio.—Se encogió de hombros.

𝐀𝐑𝐀𝐌𝐈𝐒✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora