Capítulo siete.

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Eran las nueve y cincuenta del sábado y Aramis ya se encontraba parado vestido todo de negro en la entrada de mi casa

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Eran las nueve y cincuenta del sábado y Aramis ya se encontraba parado vestido todo de negro en la entrada de mi casa.

A punto de llamar.

Demás estaba decir que era demasiado puntual.

—Pensé que vendrías como...en veinte minutos más.—Le planteé confundida, mientras abría la puerta principal.

—Las diez son las diez.—Chasqueó su lengua.

Se adentró en mi hogar y quedamos frente a frente. Acto seguido, posicionó una de sus manos en mi cintura y plantó un beso en mi mejilla.

Mi corazón comenzó a latir fuertemente a causa del agarre y el perfume varonil que llevaba casi hace que me derritiera en el lugar.

—Arriba está mi cuarto.—Agregué. El muchacho se dirigía a paso lento hacia las escaleras, mientras observaba su entorno. Analizando, memorizando y descubriendo cada rincón de mi casa.—¿Qué nunca has venido aquí?

—¿No crees que si hubiera estado aquí no me habrías visto y conocido antes?

Buen punto, Aramis.
Como siempre.

—Tienes razón. No podría olvidar a una persona tan pedante.—Respondí cínica.

—Atractiva querrás decir.—Me miró por sobre su hombro y me guiñó el ojo al terminar de decirlo.

Lo único que hice en respuesta fue rodar los ojos al cielo y seguirlo hasta llegar a mi cuarto.

—Dame las pastillas.—Ordenó, estirando su mano y dejando abierta su palma por debajo de mis narices.

Me encargué de abrir el cajón donde guardaba mis anticonceptivas y le tendí los placebos.

Aramis se veía extremadamente sexy al estar sentado sobre los pies de mi cama, concentrado, armando las bolsitas para hacer pasar el engaño y reunir el dinero de una vez por todas.
Yo solo me limité a tomar asiento a su lado, en silencio.

No iba a negar que estaba nerviosa, pero a ese punto no lograba comprender si la ansiedad que tenía y los nervios que generaba mi propio cuerpo eran por causa de toda la situación del chantaje, o de estar sola y a centímetros de distancia con el castaño.

Mis padres habían ido a cenar con una pareja amiga y todavía no habían llegado. Tampoco pretendía que lo hicieran, porque conociéndolos a ellos, solían divertirse mucho con sus pares.

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