Capítulo diecisiete.

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Levanté una ceja hacia Aramis, expectante, mientras terminaba de trabar la hebilla de mis tacones

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Levanté una ceja hacia Aramis, expectante, mientras terminaba de trabar la hebilla de mis tacones.

—¿Y bien, cuál es tu gran idea?—Pregunté vacilante.

—Saldremos por el estacionamiento y nos iremos de aquí.—Respondió con suma tranquilidad a la vez que pasaba su cabeza por el agujero de su corbata atada, la cual quedó colgando de su cuello un tanto desaliñada.

—Te sigo.

Aramis tomó mi mano y me guió hacia las escaleras del club deportivo, no sin antes deshacerse del profiláctico usado en un cesto de basura que había por ahí.

Más vale condón en mano que nueve meses y un enano.

Gracias al cielo nuestras ropas seguían húmedas pero no chorreaban agua, por lo tanto fue fácil escabullirnos por los pasillos de la planta baja del hotel sin dejar rastros por todos lados y ser echados por estar manchando el lugar.

Además de no saber con qué cara vería a mis padres si me encontraban totalmente mojada al lado de Aramis.

El trayecto fue corto. Bajamos rápidamente los peldaños de la escalera que llevaban al estacionamiento del gran establecimiento y salimos por la entrada-salida de los vehículos.

—¿A dónde vamos ahora? Estamos muy lejos para ir caminando.—Cuestioné casi tiritando del frío. Era una noche agradable, pero el hecho de traer ropa húmeda encima me estaba congelando los huesos.

—Iremos en autobús, ¿o es que tu nivel no te permite viajar en el transporte público?—Enarcó una ceja.

Imité su acción.

—Querido, esa es tu novia.—Las palabras salieron disparadas de mi boca sin filtro alguno.

¡Genial, Thea, arruinaste todo el ambiente que habías creado!

Aramis se limitó a bufar.

—Ya se a donde llevarte.—Para mi suerte, ignoró mi comentario y tironeó nuevamente de mi muñeca para arrastrarme consigo hacia el autobus que nos esperaba en la parada.

Ambos subimos, y aunque se ofreció a pagar mi boleto no lo dejé.
Luego, tomamos asiento en unos de los tantos vacíos, enfrentados.

A esas horas de la noche no había nadie.

—¿Qué haces?—Me preguntó el muchacho a centímetros de mí. Se lo notaba relajado, pero curioso al ver cómo saqué mi teléfono móvil de donde lo había guardado.

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