Capítulo veintitres.

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El camino fue demasiado silencioso para mi gusto

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El camino fue demasiado silencioso para mi gusto.
Mantuve una distancia considerable de él. Cada vez que se acercaba, yo me alejaba.

Llegamos a la casa Ikigai.

Parecía la dueña de un cachorro que llegaba con el rabo entre las patas.

El adolescente ya no me miraba con ese cariño que traía hace días. No, ahora me miraba como si fuera la persona que más detestara del planeta tierra.
Incluso me hizo sentir como las primeras veces que asistía al hogar. Pero peor.

Su trato me hería.
Sus ojos, que alguna vez me observaban con un brillo inigualable, ahora me despreciaban sin descaro.

Y dolía.

Dolía como nunca.

Sólo quería acabar con todo rápido para dirigirme a mi casa y llorar contra mi almohada por el resto de los días.

—¡Aramis!—Los ojos de Margaret se ensancharon de la sorpresa que se llevó al abrir la puerta y ver al desaparecido junto a mí.

Inmediatamente se abalanzó al muchacho en un abrazo.

Me adentré en la casa y me dirigí directo a la cocina, con el corazón en la boca y evitando a cualquiera que se me atravesara en el camino.

Janet estaba sentada tomando un café sola en la mesa, balanceando nerviosamente su pierna de arriba a abajo y mordiendo las cutículas de sus uñas.

—¿Has tenido noticias de Aramis?—Me preguntó ni bien entré.

No emití sonido alguno, me limité a hacerle un gesto con la cabeza y guiarla con los ojos hacia el chico que venía a mis espaldas junto a su hermana.

—¿Discutieron?—Insistió.

Asentí y bufé, acomodándome en un rincón junto a la mesada.

Ya estábamos todos allí. Las hermanas, el muchacho y yo.

—¿Dónde te estás quedando?¿Necesitas dinero?¿Algo?—Interrogó la mujer ahora al castaño.

—Estoy bien. Me estoy quedando en lo de un amigo.—Respondió este tajante, con la vista clavada en mí.

—Escucha, Aramis. Hemos encontrado una posible solución.—Habló Margaret.

Y aunque un brillo esperanzador se presentó en los ojos del adolescente, este no hizo más que contestarle con sarcasmo.

—¿Qué, vivir en la calle?

—¡Oh, vamos!—Las dos hermanas gruñeron al unísono.

Aramis puso los ojos en blanco y masajeó el tabique de su nariz.

Lo miré atónita.

El castaño me sostuvo la mirada.

Luego me ignoró.

𝐀𝐑𝐀𝐌𝐈𝐒✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora