Capítulo quince.

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Mis días se volvieron mucho más difíciles al tener de cargo de consciencia la última mirada llena de dolor por parte de Aramis

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Mis días se volvieron mucho más difíciles al tener de cargo de consciencia la última mirada llena de dolor por parte de Aramis.
El fin de semana fue sumamente depresivo y sin color, y el lunes fue él quien me evitó por completo.

Pasó de mi como un campeón.

Ya era miércoles.
El día estaba más caluroso que lo habitual y el sol estaba radiante.
Todo lo contrario a mi ánimo: triste, gris y vacío.

Llegamos mi madre y yo a la casa Ikigai como todas las semanas.
Saludamos a las dueñas de esta como siempre y a los más pequeños.

Pero de afuera se escuchaban gritos y no me tardé en aparecerme en el jardín para ver que era lo que estaba sucediendo.

Samuel, Camille, Maddy y Aramis habían creado una falsa red de volleyball y se pusieron a jugar muy concentrados.

—¡Thea!—La pequeña chilló.

Ella por lo menos parecía feliz de verme, no como el adolescente delante suyo.

—¡Hey! ¿Quieres jugar?—Me preguntó Camille una vez que me acerqué hasta ellos.

Asentí con la cabeza.

Después de todo me aburriría si ellos se mantenían ocupados con el partido, y a juzgar por mis habilidades en la escuela, no me iba tan mal en ese deporte.

—Maddy sh, sh, vete con las demás niñas.—Camille echó a la pobre chica de nueve años con un ademán de manos.

Yo le susurré un "lo siento" porque no pensé que sería a ella quien echaran.

—Bien, chicas contra chicos. ¿Qué les parece?—Planteó Samuel.

Me puse al lado de la rubia. Nuestros rivales eran los únicos dos adolescentes varones de la casa y el que más me interesaba justo lo tenía en frente mío.

—Perfecto.—Respondió Aramis, tajante como siempre, con los ojos fijos en los míos.

—Hecho.—Le di la razón, sin despegar la vista de la suya.

Preparó su cuerpo para comenzar el partido. Mientras a Samuel le tocaba dar el saque inicial, el castaño reposaba en su lugar en una sentadilla muy intimidante.

El morocho golpeó el balón. El juego empezó.

Junto a Camille hacíamos buen equipo, sabíamos coordinar bastante bien quién recibía los pases y armábamos velozmente las jugadas, pero existía un hecho que no podíamos negar: Aramis y Samuel nos llevaban una cabeza de altura aproximada.

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