Aramis es un chico complicado.
Aramis es un ser independiente.
Aramis no quería ataduras.
Aramis estaba solo.
Aramis era Aramis.
Hasta que la conoció a Thea.
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SIN EDITAR
Obra registrada en Safe Creative.
#1 en chick-lit, 16 marzo 2021.
#1 en chi...
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La rabia colmaba mi ser.
Aramis era odioso.
Llegamos a casa luego de la casa Ikigai al rato de haberme escapado de esta para gritar del fastidio dentro del automóvil.
—¿Te sientes bien, hija?
Asentí a la pregunta de mi madre.
—Creo que me ha caído mal la comida. No te preocupes, de seguro se me pasa.
La bola de nervios que tenía instalada en el estómago era lo que en verdad me había generado malestar.
Estuve tarde, noche e incluso la mañana siguiente, protestando mentalmente y quejándome del mal trato de Aramis hacia mi persona. Sus palabras y su acusación no lograban salir de mi cabeza y aunque tratase de olvidarlo manteniéndome ocupada, después de un rato volvían las imágenes del castaño señalándome en el pecho.
Durante las clases del martes estuve de malhumor y ni siquiera yo me aguantaba a mí misma.
—Thea, cambia esa cara, por favor.—Clay me tomó por los hombros y comenzó a sacudirme de atrás para adelante.
Fruncí el ceño mientras me zamarreaba y la cara de perros que traía empeoró.
—Por cierto, ¿cómo está Aramis?—Preguntó Elah, dándole un mordisco a una manzana que siempre llevaba consigo todos los días.
Lo que faltaba.
—No lo sé. Respirando, supongo.
La muchacha me dio una larga mirada llena de preocupación, luego cambió de tema.
El día pasaba, mi cara no cambiaba y mi enfado empeoraba con el tiempo.
Hasta que estuve a punto de meterme en mi cama para dormir siesta, cuando mi teléfono vibró sobre la mesa de luz.
Era Aramis.
Por un minuto dubité en si contestarle o no, pero la intriga me carcomería el cerebro si no le atendía.
—Thea. Necesito tu ayuda.—La voz al otro lado del teléfono sonó dura y con cierta desesperación.
Mi pulso se aceleró.
—Bien. Dime qué quieres que haga.—Respondí temblorosa.
Mi mente ya había viajado hacia todas las opciones de porqué Aramis necesitaba precisamente mi ayuda. Temía que alguien como Gale o sus amigos lo hubieran interceptado y golpeado, o que Margaret y Janet hubieran descubierto su falso negocio o que los adolescentes que le habían comprado los placebos lo demandaron con sus padres.
