Capítulo tres.

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Le di un sorbo violento al café que estaba bebiendo

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Le di un sorbo violento al café que estaba bebiendo.

No me importaba que estuviera echando humos. Era tanto el enfado que me había causado Aramis, que mi cabeza no era capaz de fijarse en otra cosa.

Volví a dejar la taza sobre la mesa, soplando su contenido disimuladamente porque sí me había quemado la lengua al beberlo.

Encerré mis manos en puños e hice que sostuvieran mis mejillas, mientras observaba a las señoras frente a mí charlar acerca de cocina, tejidos y bordados.

Aún seguíamos en el hogar de acogida. Mi padre nos pasaría a buscar cuando saliera de su trabajo y como todos los quehaceres de la casa ya habían sido completados, las dueñas y mi madre me invitaron a tomar un café mientras tanto.

Estábamos sentadas todas alrededor de la pequeña mesa de madera que se situaba en la cocina.

Algunos niños se habían ido a dormir la siesta, y los envidiaba muchísimo. Otros, comenzaron a bañarse así evitaban el tráfico y el gasto de toda el agua caliente. Después los que faltaban estaban esparcidos por todo el lugar, jugando con la consola en la sala de estar, con la casa de muñecas en el mismo sitio o simplemente revoloteando por los pisos.

A quienes no había localizado en toda la tarde eran a la muchacha rubia y a Samuel, quienes no parecían estar en la residencia. Y bueno, el detestable de Aramis permanecía en su cuarto leyendo su misterioso libro.

—¿Tienes planes para el fin de semana, jovencita?—Janet se dirigió a mí, a la vez que educadamente, introducía una galleta de manteca a su boca.

—Iré a una fiesta con mis amigos el viernes.—Le contesté con una sonrisa. Soplando el humo proveniente de la taza debajo de mi barbilla.

—¡Eso es genial! Si quieres, puedes venir el sábado. Haremos tarde de juegos y una parrillada entre nosotros.

—Claro, vendré si no estoy ocupada.—Le di un sorbo a mi café.

Pero la entrada de alguien a la cocina me tomó desprevenida, y su comentario, aún más.

—Es obvio que va a estar ocupada. Cualquier plan es mejor que venir aquí un sábado, Janet.—Habló Aramis, despreocupado. Su vista estaba posada en mí a la vez que decía aquello y su figura, esbelta y atractivamente alta, se dirigía hacia el refrigerador.

¿¡Es que siempre tenía algo para decir!?

Los nervios me jugaron una mala pasada.

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