Extra.

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CINCO AÑOS DESPUÉS

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CINCO AÑOS DESPUÉS.

—¿Estás listo? —le pregunté, proporcionándole un apretón más fuerte a nuestro agarre de manos, que iban entrelazadas.

Aramis me miró de reojo, nervioso por lo que estábamos a punto de hacer.

Su cuerpo se las empeñaba para poner en evidencia el nerviosismo con el que cargaba, con síntomas para nada disimulados: manos sudorosas, mejillas acaloradas y zapateos repetitivos que no dejaban a sus largas piernas inquietas en paz.
Y por consecuencia, ese estado me lo trasmitía a mí y me ponía de la misma forma, aunque intentaba no perder la cordura y transitarlos de manera leve.

En todos los años que llevábamos juntos, nunca lo había visto así de frenético y nervioso por algo.

¡Ni siquiera cuando me pidió que me mudara con él!

De hecho, ni siquiera tuvo la decencia de preguntármelo, simplemente dio por sentado tras largas charlas nocturnas que teníamos fantaseando sobre un futuro juntos, que una tarde en la que yo no estaba, coordinó con mis padres para buscar mis pertenencias por mi casa y llevárselas al piso que él rentaba.
Recuerdo que en ese entonces, a mis veintiún años de edad, me pareció una traición impresionante, por ende, el día que llegué a mi hogar y vi mi cuarto vacío, me enfadé exageradamente con Aramis y con mis padres, ya que después de todo, ellos se encargaron de entregarle mi vida entera en caja regalada y casi que con moño.

Claramente no me querían más allí con ellos.

Malditos.

Uno cumple la mayoría de edad y ya te intentan echar del nido a puro paso apresurado.

Sin embargo, ese gesto valió muchísimo la pena, porque desde ese suceso, no me he despegado del lado del castaño.

Ahora, ambos vivíamos en un piso el cual pagábamos conjuntamente gracias a nuestros empleos.
No era el mismo que había conseguido Aramis al irse de la casa Ikigai con la ayuda del padre de Mandy.
El muchacho había podido formarse en programación informática y logró, con mucho esfuerzo, obtener un trabajo en una multinacional como desarrollador de páginas web. Esto le permitió desprenderse del brazo amparado del padre de la niña y trabajar por su cuenta, generando más contactos e ingresos.

Y pasó de tener un pequeño apartamento a un piso entero para él en un santiamén.
Bueno, para mí, nuestra hija y para él. Así y todo nos resultaba bastante grande.

Porque también teníamos a nuestra pequeña hija Fifi. Una perrita que rescatamos de una perrera a los siete meses, y como no paraba de ladrar quise llamarla Tania, pero era un chiste de muy mal gusto incluso para ambos.

𝐀𝐑𝐀𝐌𝐈𝐒✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora