Epílogo.

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Me lancé a la cama de Aramis al instante en el que llegué a su casa

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Me lancé a la cama de Aramis al instante en el que llegué a su casa.
El vestido corto y ajustado de satén color rosa pastel que me había colocado para mi fiesta de graduación no hacía más que quitarme la respiración.

Las cosas habían mejorado muchísimo gracias a la gran mano que le dio el padre de Mandy al otorgarle el empleo a Aramis.
Tan solo tres meses habían pasado desde que consiguió el puesto de trabajo y el castaño fue capaz de rentar un pequeño piso para él solo, que si bien no tenía todos los lujos, el muchacho supo hacerlo valer; terminar sus estudios y dejar de hacer estafas posiblemente ilegales para ganar dinero.

Aramis había dado por terminada la secundaria a penas unos días antes que yo, pero el muy testarudo no quiso asistir a la celebración que le hicieron por parte de su escuela porque no se sentía a gusto con ese tipo de eventos, como siempre recalcaba. Además, finiquitó todas las asignaturas con notas verdaderamente altas que me sorprendieron, al nunca antes haberlo visto tocar un solo libro. Pero si algo había aprendido con Aramis, era a no juzgar un libro por su portada.

Su vida había remontado de manera increíble. Todos a su alrededor estaban muy orgullosos de él por sus logros y las ganas de salir adelante.
Incluso pudo llegar a brindarles ayuda económica y tiempo de caridad a la casa Ikigai, hogar que lo vio crecer y que lo quiso sin importar las opiniones ajenas.
La capacidad que tenían Margaret y Janet de amar dentro de sus corazones eran inmensas, y de eso el castaño estaba muy agradecido.

En cuanto a los chicos y niños de la casa, Camille seguía perfeccionando su lado artístico y con micro-emprendimientos en las redes sociales donde vendía sus pinturas y manualidades. Supo superar algo tan atroz con una voluntad inimaginable y aunque muchas veces se equivocó en el camino, después de todo comprendió cómo tomar las riendas de su vida que sí la dejarían en un lugar mejor. Samuel, logró con esfuerzo y tanta dedicación por semana al deporte, capturar la atención de una marca deportiva bastante conocida para sponsorearlo. Ese chico con sólo quince años tenía un futuro muy prometedor. Mandy estaba muy feliz con sus nuevos padres. De vez en cuando visitaba a Aramis en su oficina y tras insistentes reclamos de su parte, quienes la cuidaban cedieron a que una vez cada dos semanas visitara la casa donde alguna vez fue acogida. Y en cuanto al resto de los niños, seguían siendo esas criaturas inocentes que lamentablemente fueron víctimas de un pasado aterrador, pero que por suerte algunos de ellos fueron adoptados por familias hermosas con abundante cariño que los acompañarían hasta su mayoría de edad definitivamente, y otros, en la dulce espera a que ese momento también les tocara.

Yo, agradecía internamente cada día la presencia del castaño en mi vida. Y aunque nuestra historia comenzó con el pie izquierdo y fue un poco dura, porque muchas veces me la pasé llorando y perdiéndome en mí misma, sabía que los dos fuimos madurando progresivamente a lo largo de nuestra relación y fue mejorando con el paso del tiempo.

Habíamos dejado atrás a esos dos adolescentes que se lastimaban porque aún no entendían cómo querer, y empezamos a sembrar un futuro como dos adultos que dejaban atrás una etapa más de sus vidas.

—Te quiero.—Susurró contra mis labios antes de plantar un dulce beso en ellos y luego de depositar uno de los mechones de mi cabello que se había caído sobre mi rostro al acostarme, detrás de mi oreja.

—Yo también te quiero.—Le dije con una sonrisa de oreja a oreja, acariciando su mejilla del lado que no daba al colchón en donde nos habíamos recostado, con mi dedo pulgar y mirándolo fijamente.

Nunca había experimentado el amor.
Es más, siempre había creído que yo no estaba hecha para eso; más de una vez me había cuestionado frente al espejo a altas horas de la noche, si en verdad había algo malo conmigo.

¿Por qué las personas no me querían? ¿Por qué a los otros sí pero a mí no?

Ese enamoramiento que los vuelve a todos tontos. Que los hace hacer cosas increíbles por amor y que cuando te separan de esa persona sientes que no puedes respirar, que te falta el aire, que te falta él.
Las mariposas en el estómago y la adrenalina de sostenerle la mirada fija a ese alguien tan especial en medio de una multitud llena de gente.

Hasta que esa persona, tras una larga espera llegó, y todo eso valió la pena.

Porque no veía un futuro sin ese castaño de metro ochenta y cinco que cada vez que compartíamos el mismo lugar, hacía que las ideas en mi mente se volvieran confusas y que casi me olvidara de las funciones vitales de mi cuerpo.
El chico que contestaba con tanta ironía y sarcasmo que a veces me daban ganas de lanzarle veinte puñetazos o saltarle a la boca para robarle un beso.
Ese idiota que con los mínimos detalles cautivó cada rincón de mi ser.

Él fue quien logró que volviera a tener esperanzas en el amor y a darme cuenta que no todo es color de rosas como uno cree.
Que existen momentos en los que incluso cuando no puedes más, debes seguir adelante.

Él fue esa persona que cambió todas las estructuras de mi aburrida vida, y lo que comenzó como un castigo acabó siendo el camino correcto para conocerlo a él.

A Aramis Baxtler.

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