UNO

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Una uña gruesa, pintada de rosa, golpea el borde de mi pupitre —dos golpecitos secos— y yo despego la vista de mi poética obra de arte para sostenerle la mirada a la señora Hickenlooper, que tiene los ojos tan saltones como si se estuviera asfixiando con sus tres papadas. 

—¿Le aburro, señor Blackwell? Yo continúo rascando la letra N en la esquina superior izquierda de mi libreta.

 —Supongo que se trata de una pregunta retórica. 

Suenan risitas sofocadas por toda la clase. La señora Hickenlooper entorna los ojos; una hazaña considerable en su caso.

 —Fuera.

 Proyecta su garra en dirección a la puerta, como si yo fuera demasiado bobo para localizarla por mí mismo. 

Otro comentario sarcástico me burbujea por dentro, pero me lo trago mientras termino de rascar la letra con aire indiferente.

 Ya está. 

Ahora Q-U-E  S-E  J-O-D-A-N será visible en el margen superior de, cómo mínimo, las siguientes treinta hojas de la libreta. Ya sé que la frase no es demasiado inteligente ni original, pero sonrío de todas formas.  Luego, tranquilamente, recojo mis pertenencias y salgo del salón de Macroeconomía avanzada con parsimonia, sin acabar de entender cómo alguien puede considerar que abandonar todo esto sea un castigo. La señora Hickenlooper da por supuesto que acudiré al despacho de la psicopedagoga, como lo hizo las tres últimas veces pero, claro, no lo voy a hacer.

 Decido quedarme pululando por los pasillos desiertos hasta que... nosé, lo que sea. Sinceramente, casi espero que el tarado del vigilante de pasillos me encuentre y me imponga un castigo de verdad.

 —¿Qué onda, Tyler? —me pregunta uno de mis antiguos compañeros de equipo cuando paso por delante del gimnasio. Antes habría descargado la frustración haciendo pesas. Ahora me parece una tontería.Saludo a Ted con un gesto y sigo andando.

El tiempo ya no es lo que era y, de repente, los corredores se llenan de gente que antes no me caía del todo mal. Ni siquiera escuché el timbre.Ahora tengo clase de Química avanzada, pero en el fondo da igual si asisto o no. El señor Waters no se atreverá a suspenderme. Incluso la gruñona de la señora Hickenlooper me pondrá un sobresaliente, con toda probabilidad. Ojalá no lo hiciera. Ojalá la gente dejara de tratarme como si fuera de cristal sólo porque mi mamá se quitó la vida el verano pasado. 

Una manaza me agarra el hombro y yo doy un respingo, asustado.

—Por Dios, amigo. Relájate. 

Marcus. 

Su novia va agarrada de su brazo como si pensara que Marcus va asalir corriendo a buscarse otra aventura en cuanto lo suelte. A decirverdad, no anda muy equivocada. Marcus no es quisquilloso. Bueno, algosí. A Marcus, por mal que les sepa a su madre y a toda la poblaciónfemenina afroamericana de la escuela, sólo le gustan las blancas. Rubias,de ser posible, aunque ésta (la número doce, creo) es una de las pocasmorenas con las que ha salido. Seguramente porque tiene las tetas grandes.Cometo el error de mirarla a los ojos. Ella me devuelve la mirada con esaexpresión afectuosa que tanto me saca de quicio. Si la gente supiera hastaqué punto detesto ese gesto, se andaría con más cuidado. Un día de éstos,el menos indicado me va a mirar así y voy a perder los estribos.

 —Nena —le dice Marcus a la pobre incauta número doce—, te veo enmi locker después de Educación Física, ¿okey? 

Comparten un asqueroso morreo en público y Doce se marcha por fin.—Eh, Tyler, ¿adónde vas? —grita Marcus, correteando para alcanzarme.

—A Química —respondo sin detenerme.—Yo tengo Literatura —comenta cuando llega a mi altura. Marcus siempre ha sido mi mejor amigo pero ahora... no sé. No acabamos de conectar. O sea, supongo que sólo hablábamos de futbol americano, casi todo el tiempo, pero el futbol, comparado con todo lo demás, no me parece tan importante. A mí no. Ya no.

Después De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora