QUINCE

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Una voz femenina me arranca de un sueño cuando una versión de "TaintedLove" suena a todo volumen en mi despertador. Guardaba relación conJordyn y su madre, y aquella foto que Henry me enseñó en la queaparecían ambas riendo. Intento recordar los detalles pero, cuanto más meesfuerzo, más borroso se torna el sueño. Sin embargo, sí recuerdo cómome sentía. Llevo tanto tiempo sin experimentarlo que tardo un instante enreconocer la sensación: felicidad.

 Cuando veo a Marcus en el gimnasio, ya he decidido que asistiré alpartido del fin de semana. 

—¡Viejo! Eso es... Significa mucho para mí —exclama Marcus.Cierra su locker y nos dirigimos juntos al gimnasio.A la salida de la escuela, corro a casa para darle de comer a Capitán ylargarme antes de que mi padre llegue y arruine mi inaudito buen humor.Estoy seguro de que nada le daría más rabia que verme contento. 

Queconste que no baso en nada concreto mi suposición. Sólo es unpresentimiento. 

Y no estoy en posición de tentar al destino.De ahí que llegue con un amplio margen de tiempo al partido. Menosmal que hay un Starbucks al otro lado de la calle.

 La preparatoria carecede campo de futbol reglamentario, así que los partidos siempre secelebran en el flamante estadio que hace las veces de campo local paratodas las prepas de los alrededores —los únicos equipos con los quejugamos— lo que significa que nadie juega nunca en campo ajeno. Lo queresulta muy confuso a la hora de insultar al visitante.Doy un sorbo al café y observo cómo se va llenando elestacionamiento mientras hago tiempo. 

En el último momento busco unsitio al fondo de las gradas, sorteando a la muchedumbre con la cabezagacha.Me preparo para que esa parte de mí que aún anhela estar en el campose manifieste, pero al final del primer cuarto no ha aparecido. No loentiendo. Se suponía que jugar futbol era mi pasión. Miro a mi alrededor,a esa multitud que aplaude, bota, corea consignas y ríe con sus amigospero no siento nada. 

No tengo nada. 

No soy nada.

 Menos mal que estaba debuen humor. 

—Me pareció verte —dice Cara, una animadora amiga de Sheila (laúnica que soporto, en realidad), sonriendo—. 

No te preocupes, no le diré anadie que te vi —se refiere a que no se lo dirá a Sheila. 

—Gracias —respondo.Me empuja a un lado y yo le dejo sitio para que se siente junto a mí.Está bastante buena. Si le tirara los perros, Sheila se moriría de rabia.Lleva el uniforme de animadora, que no enseña gran cosa por arriba peroque le deja las piernas totalmente a la vista. Unas piernas largas y suaves,bien torneadas.Ella me pesca mirándolas. 

—Ya lo sé, ¿okey? —se las frota, avergonzada—. 

Tengo la jodidapiel de gallina.  

—¿Qué haces aquí arriba, por cierto? ¿No deberías estar gritando ahíabajo?Señalo el borde del campo, donde casi todas las animadoras entonanconsignas y palmean al unísono. 

 —Las suplentes harán un baile en el medio tiempo, así que somoslibres durante la primera mitad del partido. Lo que significa que me tocaverlo con ustedes, la plebe.El equipo marca un touchdown y ella salta y grita con el resto de lamultitud. Yo aplaudo con poco entusiasmo, sin levantarme.—No puedo creer que vayamos tan bien. Y eso que Brett ya fastidiódos jugadas.Sonrío.—Eso te hace feliz, ¿verdad?Su sonrisa rivaliza con la mía.

 Tiene una sonrisa muy bonita.Me encojo de hombros.  

—¿Tanto se me nota?—¿Irás al baile mañana? Porque, bueno, ya sabes que seguramente teelegirán rey. O sea...No hace falta que lo diga. Sé que se refiere a que van a votar por mípor pena. 

Después De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora