SEIS

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El lunes, a la hora de comer, veo a Sheila gesticulando frenéticamentemientras las animadoras que la siguen al interior de la cafetería sueltanrisitas. De repente, siento la imperiosa necesidad de estar en cualquierparte menos aquí.

Uno de los chicos con los que comparto mesa nos está contando porsegunda vez el aburrido relato de su cogida de fin de semana cuandoagarro lo que me queda del sándwich, me echo la mochila al hombro y meescabullo entre la multitud con la esperanza de poder salir antes de queSheila me localice y me monte un drama.Me encamino al piso de arriba. Los estudiantes de arte se hanapropiado de los bancos que hay en la zona de los lockers, así que medirijo a las escaleras traseras, que van a dar al vestíbulo del auditorio. Estávacío, de modo que lo recorro hasta llegar al fondo y reanudo mialmuerzo en paz. 

—¿Qué te traes?Alzando la vista, descubro a Jordyn, que hace una mueca con unaporción de pizza en una mano y un refresco en la otra. Lleva puesta otravez esa estúpida chamarra de cuero. ¿Debería recordarle que aún estamosen agosto? 

—¿Qué, ahora te dedicas a acosarme, Tyler? 

—No te hagas ilusiones, cariño.¿Cariño? Por Dios. 

—¿Acaso no sabes que almuerzo aquí diario?  

—¿Y cómo quieres que lo sepa?Doy un mordisco al sándwich y tomo un trago de té frío mientras mepregunto si tal vez en los jardines habrá algún sitio donde pueda estarsolo. 

—Ya te puedes largar —me espeta Jordyn. Se acomoda en el banco—.

 En serio, Tyler. No estoy de humor. No puedo creer que seas tanimbécil.Ah, pues sí que lo soy. Estaba decidido a irme, pero acaba depronunciar las palabras mágicas. El tono desdeñoso de su voz, sus frases,su lenguaje corporal...Planto las piernas en el banco con ademán ostentoso y las cruzo a laaltura de los tobillos mientras tomo otro bocado con aire indiferente.

 —Hay sitio de sobra. Prometo no morderte. 

—Eres tonto del culo. 

—A ver si te aclaras. O soy un imbécil o un tonto del culo. Por favor,decídete por uno de los dos insultos y cíñete a él. La inconsistencia mesaca de quicio. 

—La verdad, no estoy segura de que ninguno de los dos baste paradefinirte. Hijo de puta me parece más apropiado.Me lo suelta impertérrita. ¿Llamar hijo de puta a un chico cuya madrese acaba de suicidar? Qué osada. Si alguien más me hubiera dicho algoasí, se habría retractado al momento, pero Jordyn, no. Aunque se percatade que acaba de meter la pata hasta el fondo, no se desdice. 

—Gracias —le digo. Y va en serio. 

—Jódete, Tyler —me suelta, y luego se larga en busca de otro sitiodonde almorzar.

Me echo a reír y ella responde levantando la mano para pintarmecremas alrededor de su lata cerrada, sin molestarse en girar la cabeza. Yocontemplo su marcha.Debería haberse quedado. Apuro el sándwich en tres mordiscos.Recojo mis cosas y me bebo de un trago el resto de la lata. Luego echo aandar hacia el estacionamiento para escuchar música y matar el tiempodurante el resto del descanso.

 Jordyn gime cuando me acerco a tirar la lata en la única papelera deldesierto zaguán. Bueno, ya no es el zaguán; a estas alturas de mi paseo seha convertido en el pasillo del gimnasio superior. Jordyn se está sentandoen el peldaño superior de un breve tramo de escaleras que conduce a lasala de música. 

—Por Dios, Tyler, déjame en paz —gimotea. Luego agarra sus cosasy regresa a su sitio de costumbre.Estoy sonriendo de verdad por primera vez en todo el tiempo quealcanzo a recordar. En ese momento, me cruzo con Sheila. Le sostengo lamirada cuando paso por su lado camino del estacionamiento. Espero queme siga, pero no lo hace. Seguramente está enfadada porque no comí conella. 

Después De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora