ONCE

1 0 0
                                    

—Las estadísticas dicen que veinte por ciento de los suicidas se marcha sindejar una nota. 

—Por muchas veces que me repita el rollo ese de las estadísticas, novoy a dejar que me convenza, doctor. 

El doctor Dave me ha repetido ese dato unas diez mil veces. Cada vezque lo saca a relucir, me entran ganas de propinarle un puñetazo en lacara.

 Es una de las pocas cosas que odio de estas sesiones impuestas.No me lo trago. O sea, puede que las estadísticas sean ciertas pero nocreo que sean aplicables en el caso de mi madre.

 Ella lo planificaba todo.Anotaba las citas en la agenda con un año de antelación. Incluso helocalizado el teléfono de algunas de ellas y las he cancelado.

 La llamada alginecólogo fue divertida. Gracias, mamá. Por eso no me cuadra aquellode que no dejara una carta de despedida. Estoy convencido de que o bienmi padre encontró una nota que lo retrataba como el cabrón maltratadorque es y, temiendo que presentaran cargos o algo así, la destruyó o lamató él y simuló que se trataba de un suicidio. 

Sin embargo, puesto que elcuerpo aún estaba caliente cuando la encontré y que mi padre no andabacerca, me inclino por la primera opción. 

—Bueno, sigo creyendo que las estadísticas no sirven en este caso.Como ya le dije, mi mamá era una planificadora obsesiva. No me...encaja —mi pierna rebota presa de un movimiento nervioso. 

Tengo losmúsculos tan agarrotados que me sorprende ser capaz de movermesiquiera—. ¿Podemos hablar de otra cosa?

 —Podemos hablar de lo que tú quieras, Tyler.

 —Me pone de nervios que pronuncie mi nombre así, David.Se ríe con ganas.

 —Lo sé. Perdón. ¿De qué quieres hablar? 

—¿Se acuerda de la chava gótica que trabaja en el estudio? Pasó unacosa. 

—Lo sabía. Si fuera aficionado a apostar... 

—Si fuera aficionado a apostar, perdería, porque no me acosté conella.Le resumo al doctor Dave cómo, indirectamente, he contribuido alestropicio de la chamarra de cuero. 

—Lo raro es que me siento fatal por lo sucedido. O sea, creo quetengo la obligación de comprarle una chamarra nueva... Pedí trabajo enuna empresa especializada en recoger caca de perro para cabronesperezosos, con el fin de conseguir algo más de lana.El doctor Dave se arrellana en la butaca y sonríe.

 —Vaya, Tyler Blackwell, creo que acabo de ganarme el sueldo. 

 —¿Tenía la esperanza de que acabara recogiendo caca de perro?

 —Lo que me parece maravilloso es que te sientas mal.

 —¿Se alegra de que me sienta mal? Es usted un retorcido, doctor. 

—Es fantástico, Tyler. Por fin te permitiste a ti mismo sentir algo.Sentir que te importa lo más mínimo.

 —No me importa lo más mínimo.Esboza una sonrisa victoriosa pero levanta las manos en señal derendición. 

—Me parece bien. Hablemos de la ira que te inspira tu padre.Buen intento.Pese a todo, le sonrío de mala gana; no puedo sino admirar supersistencia.Tuve que pasar por casa antes de acudir al estudio. De ahí que llegue concierto retraso. En realidad, sólo treinta segundos tarde, pero tengo lasensación de que debería llegar antes de la hora para demostrarle a Henrylo mucho que le agradezco el empleo. Aguardo a que Jordyn acuda desdela parte trasera a abrirme la puerta. 

—Siento el retraso —le digo.Mirándome como si yo fuera un monstruo de tres cabezas, levanta lahoja divisoria para cederme el paso a nuestra zona de trabajo circular.Oigo el zumbido de la computadora y me inclino por encima de suhombro para echar un vistazo al horario de citas que aparece en lapantalla.

Después De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora