DICISIETE

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El lunes por la mañana me escabullo a la salida del sol para evitar otroencuentro con mi padre. Ayer me pasé todo el día escondido en mi cuarto. 

Ni siquiera abrí la puerta para dejar salir a Capitán.

 En cambio, subí lapersiana de la ventanilla y lo ayudé a escapar por la ventana para quehiciera sus cosas; no sé por qué no se me había ocurrido antes. Y porhambriento que estuviera, pensé que más valía seguir vivo que comer.

 Bueno, podría haber comido croquetas de la bolsa de comida para perroque guardo de reserva en mi habitación, pero no tenía hambre hasta esepunto. De ahí que esta mañana haya salido tan temprano que, aun despuésde pasar por el McDonald's, seguro que me sobra tiempo para limpiar decaca todos los domicilios de mi lista.Miro mi rostro en el espejo retrovisor. 

La ceja y el párpado se mehincharon tanto que apenas puedo abrir el ojo, se ha teñido de un preciosomorado negruzco. No tengo la boca tan hinchada como ayer, pero los doscortes verticales que me recorren los labios, uno cerca de la comisurasuperior y el otro en el centro del inferior, son brutales y asquerosos. 

Notengo buen aspecto. 

Ni en sueños me puedo presentar en la escuela de estamanera. El pobre tipo del automac estuvo a punto de sufrir un ataque alcorazón cuando me vio, y eso que apenas había luz.Cuando me bajo del coche, me duele la barriga de tanto que comí.

 Estoy en el domicilio de los tres gran daneses; el único que de verdad melleva a lamentar haber aceptado este trabajo. Aunque, los perros son muysimpáticos... cuando te acostumbras a su tamaño y te das cuenta de que note van a devorar. Por otro lado, cagan como caballos. Lo digo en serio. Sihubiera sólo uno, la cosa sería chistosa, ¿pero tres? Es horrible. 

No sé cómo se llaman los perros, pero el más grande, una versiónblanca y negra de Scooby-Doo, es mi fan número uno. Se acerca al galopeen cuanto me ve entrar en el jardín y brinca con las cuatro patas en el airepara lamerme la cara. La primera vez que lo hizo vi mi vida pasar antemis ojos, pero ahora ya estoy casi acostumbrado.

 A los otros dos, ambosde color canela, les gusta saltar y apoyarme las patazas en los hombrospara poder mirarme frente a frente. Si el blanco y negro lo hiciera, mesobrepasaría varios centímetros. Pese a todo, son unos perros muy chulos.Me gustaría tener uno. Siempre y cuando otro limpiara su mierda.Cuando por fin se tranquilizan, me pongo a trabajar.

 Hay uno quetiene diarrea. Qué divertido. Una vez que termino de recoger, uso lamanguera para limpiar la pala. La propietaria de los perrazos, una ancianadiminuta, asoma la cabeza para llamarlos a desayunar y se encogehorrorizada al ver mi cara. En cuanto los perros entran en la casa, cierrade un portazo, echa la llave y llama por teléfono. 

Mala señal.

 Meto mis herramientas en la cajuela, aún mojadas pero limpias, y medirijo al domicilio siguiente.Éste es fácil comparado con el primero. +

Nunca he visto al perro quevive aquí, pero no debe de ser muy grande. Y siempre acude al mismorincón del jardín a hacer sus cosas. ¿Cómo lo habrá conseguido el dueño?Me encantaría enseñarle ese truco a Capitán

.Tras enjuagar mis utensilios, regreso a mi coche, donde encuentro aRick arrancando el logo de "¡Mi*rda, Richie!" de la portezuela delconductor.No parece contento. 

—Dirijo un negocio honrado. No puedo tener empleados con pinta demaleantes en los jardines de personas respetables.Me señala con los imanes.Abro la boca para explicarme, pero levanta la mano. 

—Me da igual. Estás despedido —se acerca y me arranca losutensilios de la mano—. 

Ya no necesito tus servicios.Me planta dos billetes de veinte en la palma de la mano aunque estamañana, de momento, no llevo ganados más de 35. ¿Esperará que ledevuelva el cambio? 

—Sabes que te dedicas a recoger mierda, ¿no? —le espeto mientrasme guardo el dinero.Me fulmina con la mirada mientras se sube a su coche. Luegorevoluciona el motor como para enfatizar lo enojado que está. 

Lleva laventanilla bajada, así que le suelto: 

—Supongo que te tiene sin cuidado saber que el cabrón de mi padrees el autor de este cuadro.Su expresión muda en una de "Ay, mierda" y yo me arrepiento alinstante de haberlo dicho. Ni siquiera sé por qué lo hice. En parte es unalivio, pero también estoy aterrorizado. ¿Y si llama a la policía? Esposible que mi padre intente matarme o que yo me lo cargue a él. Encualquiera de los dos casos, uno acabaría muerto y el otro jodido de porvida. 

Rick empieza a decir algo pero lo interrumpo. 

—No te preocupes. Te puedes quedar con tu trabajo de mierda.Me subo al coche y pongo la música a tope para no sentir la tentaciónde escuchar su disculpa. Luego arranco y salgo disparado calle arriba.

Carajo. Necesitaba el trabajo. 

En cuanto mi cara vuelva a lanormalidad, tendré que buscar otro. Con un horario que no interfiera conel primero ni con las clases. 

Bien.

 Maldita señora del gran danés. Meentran ganas de dejarle una bolsa ardiendo con la caca de Capitán dentro ala puerta de su casa, pero me preocupa que uno de los perrazos se acerquea husmear y se queme. No parecían perros muy listos.

 El teléfono me despierta justo después de las cinco. Ni siquiera recuerdohaberme dormido. Gracias a Dios que alguien me despertó antes de quemi padre llegue a casa porque 

A) estoy en el sofá,
B) dejé la puerta de mihabitación abierta y
C) a juzgar por el montón de envoltorios de comidachatarra y latas vacías que dejé sobre la mesa baja, salta a la vista que hoyno fui a clase. 

—¿Sí?No reconozco el número. 

—Hola —la voz suena preocupada—. Soy Jordyn.Un largo silencio. 

—Busqué tu número en los formularios —explica—. 

Al ver que novenías a clase... Yo... —resopla con fuerza—. 

Sólo quería asegurarme deque todo estaba bien. En fin, ¿está todo bien?

 —He estado mejor —reconozco—. No creo que vaya a clase mañana,ni durante el resto de la semana. 

—¿Por culpa de tus antiguos compañeros de equipo? 

—N..., no del todo.—No quieres... Mmm... ¿Prefieres que te deje en paz? —preguntaJordyn.Suspiro. No estoy seguro. Resulta agradable platicar con alguien paravariar. 

—Hoy me despidieron. 

—¿Despedido? ¿Del trabajillo de la caca de perro? 

—De ése. 

—¿Y cómo se las arregla uno para que lo despidan de un trabajocomo ése?

 —Pues presentándose con la cara llena de moretones por una pelea ycon, cito textualmente, "pinta de maleante". 

—No lo dices en serio.

—Nunca bromeo con la caca de perro.Se ríe.

—Bueno, podemos compartir coche otra vez. Ya sabes, para que notengas que gastar dinero en gasolina y eso. Si quieres. 

—¿Cómo? ¿Ahora somos amigos?

 —Todavía te debo una —oigo su sonrisa. Estoy a punto de sonreír yotambién, pero entonces oigo el rumor de un coche en el exterior y melevanto del sofá de un salto. 

—Tengo que irme —le digo, y cuelgo al momento—.

 ¡Capitán!Recojo rápidamente los restos y me planto ante la puerta de mi cuartoal tiempo que, con la mano libre, le pido al maldito perro que se dé prisacon gestos frenéticos. En cuanto pasa, cierro con llave. 

Justo entoncesoigo el portazo. Ahora estoy atrapado aquí dentro para el resto de lanoche. 

Y me muero de hambre, maldita sea. 

Me pregunto si cabré por lanueva ventana de emergencia de Capitán. 

Con la suerte que tengo,seguramente me quedaría atascado.

Que vida pienso para mi mismo. Ojala pudiera estar con ella. Solo eso necesito.


Después De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora