DIEZ

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El jueves, cuando salgo del gimnasio tras la última clase del día, me topode narices con una tropa de animadoras. Están en el pasillo, vomitandoinsultos con unas voces tan chillonas que sólo otras adolescentes deben dedistinguir las palabras en esa frecuencia, estoy convencido. 

—¿Quién diablos te crees que eres?

 —¡No le llegas a Sheila ni a la suela de los zapatos! 

—¡Cabrón!

 Estos y otros insultos aún más imaginativos me alcanzan mientras yome quedo en el sitio, cortando el paso a aquellos que tuvieron la mala patade abandonar los vestidores detrás de mí.Yo miro al infinito, decidido a esperar a que todo concluya sinempeorar la situación.

 Las reacciones de la gente que pasa por allí sondivertidísimas: abarcan desde la incomodidad al horror más absoluto anteun evidente episodio de acoso, pasando por el enojo. A mí me hace gracialo frío que me deja todo esto, la verdad. Recurro a todo mi autocontrolpara no sonreír. 

—¿Pero qué...? 

—Sheila se abre paso entre el tumulto—.

 ¿Pero quédiablos están haciendo? ¿Se volvieron locas?

 —Te estábamos ayudando —dice Julia, una alumna de primero a laque le encanta que la llamen mini Sheila.

 —¿Y se puede saber en qué me ayuda esto exactamente? 

—Sheila segira hacia las demás—.

 ¿Qué quieren? Su mamá murió. Demuestren unpoco de compasión. Por Dios.

 —No puede usar esa excusa eternamente —se enfurruña Julia. 

—¿Pero qué dices? ¡Es su mamá, no una excusa!Julia pierde su aplomo ante la intensidad de la mirada de Sheila. 

—Vamos, largo de aquí, todos —ordena—.

 El espectáculo terminó.Yo cruzo la puerta para que mis compañeros de clase puedan salir.

 —Gracias —le digo. 

—Yo no les pedí que hicieran eso —señala con la barbilla a laschicas, que ahora forman un grupito al fondo del pasillo.

 —Ya lo sé.

 —Sólo para que quede claro. 

—Como el agua.Nos quedamos ahí plantados durante un minuto. La situación resultaincomodísima. Me siento incapaz de mirarla durante más de una fracciónde segundo. 

—Mira —suspira Sheila—, no te voy a negar que hace unos días yoiba por ahí diciendo todo eso que acabas de oír. O sea, eso de tenerme envilo tanto tiempo fue una guarrada de tu parte

.—Tienes toda la razón —me apoyo contra la pared, tomo aire yprosigo—.

 Es que... Tras la muerte de mi mamá, la relación me resultabaun tanto... tensa. Sé que querías ayudarme, pero no sabías cómo hacerlo, yyo notaba que estabas desesperada de la impotencia. Y... no sé. Eso meagobiaba. Estaba seguro de que me ibas a dejar en cuanto pudieras hacerlosin... quedar mal. Debería haber roto entonces. Haberte dado cancha o lalibertad o lo que fuera. Sin embargo, otras veces tenía la sensación de quevolvíamos a estar como antes y pensaba que a lo mejor conseguiríamossuperarlo. Y entonces empezó el curso. 

Y estoy seguro de que sólo seguíasconmigo, y seguirías aún si yo no hubiera cortado, para poder sacarlejugo a tu papel de novia del pobre chico —me mira ofendida y añadorápidamente—: No niegues que no te encantaba disfrutar de atención extra,porque... 

Después De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora