DIECISIES

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Debería haber salido a correr después del trabajo.Eso es lo que pienso cuando me estaciono en la parte delantera de lacasa. Junto al coche de mi padre. 

Un sábado. 

Perfecto. 

Capitán me saluda con su sonrisa de siempre. Le propino unaspalmaditas y escucho atentamente para averiguar si mi padre está en casa.

 El televisor está apagado.

 No se oye nada en el dormitorio.

 Si no loconociera, pensaría que salió. Sin embargo, noto su presencia, en algunaparte. Puede que se esté echando una siesta o que aún siga durmiendo porla cruda. 

Entro de puntitas en la cocina para servirme un vaso de agua antes deencerrarme en mi habitación. Dejo correr el agua hasta que se enfría ysostengo el vaso bajo el chorro. De la nada, noto un golpe en los riñones yel vaso se hace añicos en la pila. 

—Hoy me llamó tu entrenador. Dice que te peleaste.

 ¿Cómo esposible que seas tan idiota?No sé cómo se las arregla, pero cuando está en ese estado abultomenos que él.

 Me encojo contra el mármol de la cocina, oigo el chorrodel grifo a mi espalda y miro al suelo mientras aguardo el próximo golpe. 

—¡Mírame, carajo!Me atiza un sopapo en la cabeza con todas sus fuerzas. El golpe huecoresuena en mis oídos

Cuando alzo la vista, me patea la rodilla y tengo que agarrarme a laencimera para no caer. Mierda, cómo duele. 

—¿Qué pretendes? ¿Quién te manda a meterte en peleas?

 Me grita en la cara; el aliento le apesta a alcohol. 

Noto la adrenalinasubiendo por mi cuerpo, cierro los dedos. Tengo miedo de lanzarle unpuñetazo y no poder parar hasta matarlo. 

—Tuve un buen maestro —farfullo, y me giro para cerrar el grifo.Noto su reacción a mi espalda; un fogonazo caliente como un chorrode gasolina en el fuego. 

Me preparo, pero sigue quieto y callado.

 Se meeriza todo el vello del cuerpo. 

Nada.

 ¿Qué espera?Inspiro y me dispongo a pasar por su lado de camino a mi habitación. 

Sin embargo, cuando me doy la vuelta, me empuja con el cuerpo y meacorrala contra la esquina de la encimera. 

Me agarra la cabeza entre lasmanos y me la estampa contra un armario. 

Primero oigo el ruido, luegonoto el dolor. Percibo un calor que se extiende por mi pelo. 

Debo de estarun tanto aturdido, porque me suelta varios puñetazos en la barriga y unoen la cara —reabriendo así la herida del labio— antes de que yocomprenda siquiera lo que está pasando. Cuando se dispone a aferrarme lacabeza para volver a estamparla contra el armario, reacciono sin pensar:lo empujo con todas mis fuerzas. 

Cae de espaldas contra el refrigerador yse echa a reír aunque sé que le dolió. Entonces se abalanza contra mínuevamente.Esta vez le lanzo un buen golpe en mitad del estómago. Se doblasobre sí mismo, jadeando. 

—Cerdo desagradecido —farfulla—. Deberías haber sido tú el quemuriera.Le asesto un puñetazo debajo de las costillas. 

—¡Tú deberías haber muerto! Tú tienes la culpa de que mi mamámuriera, ¿lo sabías? ¡No pudo soportar tu negligencia y tus malos tratos yno tuvo más remedio! ¡Tú deberías haber muerto! —grito, y le propinootro golpe en la espalda. 

Después De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora