DIECIOCHO

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Me siento como un completo idiota merodeando por la sección demaquillaje de la farmacia, pero no puedo ir al trabajo con este aspecto. 

Sí, volví a volarme las clases, pero ahora que perdí el segundotrabajo no puedo faltar al estudio. No me lo puedo permitir. 

—¿Te puedo ayudar? —pregunta una mujer a mis espaldas cuandolevanto la mano hacia los distintos tonos de Cover Girl.Me giro a medias con una sonrisa tímida, desplegando el viejoencanto "Tyler".Es mayor que yo, pero no demasiado; seguramente acaba de terminarla universidad y empieza a darse cuenta de que un grado no sirve para unamierda hoy día. 

—Ya veo —enarca una ceja. Se aparta de la cara unos cuantosmechones pelirrojos y me apoya la mano en la espalda—. Espero que hayavalido la pena. 

—Cosas del futbol.Me encojo de hombros, sonriendo.Se alegra de que el motivo de la pelea no haya sido una chica; lonoto. Se acerca y me toma la barbilla con el pulgar y el índice paraobligarme a agachar la cara. Frunce el ceño. 

—No creo que podamos taparlo. Es muy oscuro. Y no se puede hacergran cosa para disimular la hinchazón, pero intentaremos que seamenos... 

—¿Asqueroso?Se ríe. 

—Iba a decir evidente, pero sí, eso también.Pasa el brazo por mi lado para escoger un tono que me parecedemasiado oscuro. Luego, con la punta del dedo, me aplica unos toquesbajo la ceja, la zona más truculenta del morado.

 —Avísame si te lastimo —me advierte.Un poco sí, pero me lo callo.

 —Mmm. No sé. Lo disimula un poco, creo.Mira a su alrededor y se aleja por un pasillo. Al cabo de un momento,regresa con un espejo de mano de color rosa. 

—¿Ves? —me tiende el espejo—. No se ve tan negro como antes.Es verdad, aunque ojalá hubiera un modo de borrarlo por completo.

 —Vendido —le digo—. Gracias por tu ayuda.

 —De nada. Procura no meterte en más broncas. Es una pena que esacara tan bonita esté hecha un desastre. 

—Prometido.Le sonrío una última vez y me encamino a pagar el maquillaje. Comoun valiente.La cajera, una mujer mayor, marca el producto con expresión hosca.No me molesto en desplegar mi encanto con ella. Se puede meter susconclusiones donde le quepan.

 En el coche, intento poner en práctica lo que me enseñó la pelirroja,pero el maquillaje acaba emplastado y cuarteado sobre mi piel. En todocaso, no hace sino realzar las marcas. Me planteo si volver a entrar ypedirle ayuda a la chica, pero entonces me percato de la hora que es. Debode haber pasado allí más de veinte minutos. 

A la mierda.

 No creo que Henry sea de los que se llevan las manos ala cabeza por un moretón.Está sentado a la computadora, haciendo retoques, y no despega la vista dela pantalla cuando entro. Trabaja con las fotos de Ali.

 —Voy a tomar un refresco. ¿Quieres algo? —le pregunto mientrascruzo la cortina. 

—Esa porquería te matará —dice—. Tráeme una.Dejo su lata sobre el mostrador y observo cómo hace correcciones,con cuidado de mantener la ceja hinchada fuera de su campo de visión.

 —¿Va a venir esta tarde a recoger las fotos? —pregunto. 

—Mañana.Una tensión de la que no era consciente abandona mis hombros.

 —¿Por qué? ¿Quieres estar aquí cuando venga? Es espectacular.Aunque muy exigente.Henry no tiene idea. 

—No. O sea, es mona —concedo—, pero no es mi tipo. 

Después De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora