XXII.

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Alicia levanto su mano llena de mezcla y por poco no logro llenar mi cara.

— Ni se te ocurra. —advertí.

— Es chocolate. —limpió su dedo con la boca viéndome divertida— Lo usan en el spa.

— Tu lo has dicho, en el spa. —la empuje fuera de mi camino— Esto es una cocina.

Coloque la mezcla en el horno con cuidado de no quemarme y luego comencé a lavar todos los trastes que usamos.

— Sabes, estaba pensando algo. —hice un sonido nasal de afirmación para que supiera que la escuchaba— ¿Por que no cortas tu cabello?

Cerré la llave del lavaplatos escurriendo mis manos. La observe posteriormente y se veía muy seria al respecto.

— ¿Hablas en serio?

— Muy en serio. —tocó uno de mis cabellos— Dicen que una mujer siempre que atraviesa algo corta su cabello. Deberías hacerlo.

Salí de la cocina y me siguió de cerca.

— Gala. —llamó.

— No cortaré mi cabello. —contesté— No solucionará nada.

— ¿Una nueva etapa?

— Prefiero la vieja etapa.

— ¡Vamos! —insistió— Yo también lo haré. 

Reí sarcástica deteniendo mis pasos en el medio de la sala.

— Tu solos quieres usarme para superar tu miedo a las tijeras. —la señale con mi dedo acusándola— Si quieres cortar tu cabello, hazlo. No me arrastres a mi en el proceso.

— No es cierto. —movió su pie justo como siempre que mentía— Te ayudará a encontrar las soluciones.

— Claro, obviamente. —seguí hasta el sofá y mire rápido por el pasillo a mi habitación. No era posible ir allí ahora— Como si el peso del cabello me hiciera imposible pensar.

Alicia resoplo rindiéndose.

— Bien. —escupió— Dejame en esto sola.

— Lo que sea. —reste importación sentandome en el sofa— Me gustó la nueva mesa de café que elegiste.

Era sarcasmo. No había tal cosa.

— Totalmente trasparente e inexistente. —movió sus manos en el lugar que ocupaba la mesa anterior— Muy a la moda estos días.

Reí ligeramente.

— No me la van a clavar en la cabeza, eso es seguro. —bromee.

— Espero que nadie te haga nada. —se lanzó al sofá— Estoy pensando seriamente en tomar clases de defensa.

— ¿De defensa?

— Si, tu entiendes...—pretendió golpear el aire— para neutralizar las amenazas.

— Por la paciencia que no obtuve al nacer. —apreté el puente de mi nariz.

— Ten fe en mi. —me propinó un codazo.

— La tengo. —hice saber— Solo que no para pelear.

— Todo esta en la práctica.

Bufé incrédula.

— ¿La vez que fuiste a una clase de karate y huiste al escuchar el primer grito? —recordé— ¿Y la...

— Ya entendí. —me cortó— Hay que mudarnos entonces.

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