XLIV.

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Sí tenia las esperanzas de descansar en mi último día, no pude haber estado más equivocada. El reloj marcó las cinco de la madrugada cuando finalmente me rendí en mi intento por conciliar el sueño y fui a mis pies con un gruñido. Aaron a solo una pared de distancia prendía todas mis alertas, no había manera de lograr que mis ojos se cerrarán con él casi respirando en mi nuca. Después de la cena usé mi habitación cómo escudo caminando de un lado a otro sin parar, agudizando el oído para escuchar sus conversación por el teléfono las cuales llevaron a un agujero sin salida. Sin susurros, silencios largos e inexplicables, o palabras claves distinguibles. Nada. Quería agarrarlo con las manos en la masa, pero él verdaderamente sabia como mantener una cubierta sólida. 

A paso lento y cauteloso me adentre en el baño poniéndole seguro, choque con mi reflejo provocando una mueca, y ahí estaban, la ojeras de aspecto largo y oscuro. No, hoy no. Recogí una toalla olvidada y la puse de mala gana cubriendo el espejo. Esa no era la imagen que quería ver de mí. Quité la pijama y sumergida bajo el chorro de la ducha limpie mi cuerpo con paciencia dándole tiempo al agua fría para espantar el cansancio y sueño pegados a mi cuerpo. Apoyé las manos en los azulejos e inhale profundamente calmando las voces en mi cabeza picoteando los nervios que sobrevivían a expensas de las ganas de ver a Peter caer. Podrás con esto, pensé. Me enderece cortando el flujo de agua al percibir pisadas y enrolle mi cuerpo con la toalla mientras se hacían menos audibles. 

— Buenos días.

Clave mis uñas en el material de la toalla. Mierda.

— Buenos días.

— ¿Dormiste bien? —preguntó arreglando las mangas de su camisa de vestir.

Luché por mantener el contacto visual. Estaba desnuda, no era el momento para un encuentro. Creí que se había ido a la cocina.

— Super. —avancé pasando por su lado y me siguió con la mirada.

— Tus cicatrices se ven muy sanas.

— Les he dado un buen cuidado.

— Morir por una infección no es muy divertido.

Lo encare antes de cerrar la puerta de mi habitación.

— Ningún razón para morir es divertida. —y la cerré.

Necesitaba ese paquete, debía confirmar que no estaba siendo paranoica, o de resultar el caso opuesto a lo que pensaba, parar de darle lata al asunto. Toque mi frente contando hasta tres y continúe con lo mío colocandome el uniforme de la armada. Lo increíblemente empoderada que me hacía sentir portar tal cosa era de otro mundo, con sudor y lágrimas aprobé el entrenamiento básico ganando el honor de usarlo. Carajo, nunca me había sentido más orgullosa de mi trasero desafortunado. Cuando me pidieron retirarme, mi corazón se rompió en pedazos. Por primera vez me iba bien en algo con lo que no todos podían congeniar, y se esfumó de mis manos como si nada. No extrañaba el medio oriente, sin embargo. Arreglé mi cabello en el recogido reglamentario y colgué mi bolsa de lona llevándola conmigo a la sala.

— No tengo noticias de Alicia. —mencionó al encontrarnos.

— ¿Absolutamente nada?

— No hay ni rastro.

— ¿Donde demonios puede estar? ¿y por qué no se han contactado?

— Alguien más la podría tener.

— ¿Quien más la podría tener, Aaron? —reí sin ganas— A menos que tengas enemigos que se la puedan llevar, no hay opción más lógica que cómplices de los hombres que nos atacaron previamente.

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