LVI - Último capítulo.

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El ruido de los barrotes y el bullicio de los reclusos malhumorados me recibió al poner pie en las instalaciones de la prisión.

— ¿Objetos metálicos?

— No.

— ¿Armas?

— Reglamentaria.

— Tiene que dejarla en esta área, Capitán.

Saque el arma de la pistolera en mi muslo y se la entregué.

— ¿Objetos punzantes? —prosiguió.

Me aguanté las ganas de hacer una mueca.

— No.

— ¿Armas blancas?

— No.

Asintió satisfecho y alcanzó las llaves en su cinturón generando que estas chocarán entre sí.

— ¿Propósito de la visita?

— Confidencial.

Hizo una señal a la cámara y los seguros de la puerta frente a nosotros cedieron.

— El tiempo es limitado.

— ¿Cuanto es eso?

Caminó delante guiandome a la sala de visitas.

— Veinte minutos.

— Suficiente.

— El lugar está monitoreado, dos hombres en la sala y cinco en vigilancia. —señaló una mesa en la esquina más alejada del lugar— Si algo llega a suceder, retroceda y nosotros actuaremos.

Mostré mi pulgar pasando por su lado.

— Entendido.

— Lo traerán en unos segundos.

— Bien.

Traté vergonzosamente de arrastrar la silla para tomar asiento y noté que se hallaba aferrada al suelo por tornillos. Concéntrate, Gala. Acomode un cabello tras la oreja y me senté antes de poder cometer otra tontería. El guardia a unos metros recibió órdenes por el intercomunicador y se desplazó a la puerta doble abriendola. Apoyé los codos en el frío metal de la mesa usando las manos de soporte para mi barbilla. El contacto visual con el hombre que emergió fue instantáneo y el brillo de esperanza en su ojos se apagó al caer en cuenta que no se trataba de quien él anhelaba ver de nuevo.

— ¿Que haces aquí? —sonó cansado.

El guardia verificó las esposas en sus manos y pies.

— ¿Se supone que no puedo venir?

— No quiero verte aquí. —se dirigió al hombre a su lado— Quiero regresar a la celda.

— Disfrute la visita. —no se inmutó y lo obligó a sentarse. Me miró y habló—:  Veinte minutos.

— Ya me lo dijeron.

— Volveré, sin excepciones.

Lo vi alejarse, y luego enfoqué a Conrad.

— ¿Que haces aquí? —saltó.

— ¿Por qué no vendría?

— No te quiero aquí.

— A mi no me importa lo que tu quieras.

— ¿Entonces para que viniste?

Me encogi de hombros.

— Para disfrutar las vistas.

— Lárgate.

— ¿Y si no que? —lo rete— ¿Vas a hacerle un berrinche al guardia?

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