XXVIII.

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El camino a casa de la madre de Aaron fue considerablemente largo. Nos alejamos de la ciudad y su bullicio, adentrándonos en los suburbios donde las pintorescas casas de familia te hacían suspirar deseando algún día ser tu quien pudiera terminar en una de esas acogedoras estructuras. Alicia no paró de hablar en ningún momento y eso solo era señal de que los nervios la consumían. Trate de hacerle señas desde la parte trasera del auto, pero estaba tan ensimismada en lo que soltaba que nunca se volteo a ver a pesar de mi desesperados movimientos de manos para llamar su atención. Por otra parte, la más vergonzosa de todas, Aaron si vio por el retrovisor y rápidamente tuve que pretender que rascaba mi cabeza. No intente más después de eso, Alicia notaría lo que hizo más tarde y se quejaría múltiples veces hasta desgastar el tema, de igual forma ninguna saldría ilesa de la vergüenza. Ella habló mucho y a mi me vieron moverme como mono con garrapatas.

En fin, no perdamos el enfoque.

El vecindario en el que estábamos era sencillamente hermoso. No me importaba seguir andando por ahí sin llegar al destino en cuestión, ver las casas era ridículamente satisfactorio para mi. Mientras Aaron giraba, las casas solo se hacían cada vez más grandes y extravagantes. Ciertas de ellas perdían el toque acogedor o ambiente familiar, aunque honestamente no me quejaría por vivir en una de ellas y regar mis plantas religiosamente. Ni siquiera sabia como cuidar una planta, pero por una casa aquí lo haría sin que nadie escuchará una queja salir de mi boca. Hasta traería niños a este mundo para hacer la dinámica completa.

Aaron giró el volante una vez más y aparcó el auto en una gigantesca e impecablemente blanca casa a la que le lloraría solo por el hecho del placer visual que me proporcionaba. Mi ropa ya no se sentía tan acorde además. Baje de auto y pase mis manos por la camisa tratando de alisar cualquier imperfección o molesta arruga. Seguimos a Aaron hasta la puerta principal y esta se abrió de golpe mostrando a una muy bien conservada mujer de edad con un lindo peinado y sonrisa amable.

- Mamá. -saludó y se acercó depositando un beso en la mejilla.

La mujer lo apretó en sus brazos y repartió besos llenos de labial por el rostro de Aaron. Este río como niño y la mujer lo siguió.

- ¡Estoy muy feliz de verte, hijo! -lo molesto picando su mejilla y luego nos miró-: Y a ustedes también, lindas niñas.

Medio sonreí levantando mi mano en un saludo cortó. Ella no estuvo muy de acuerdo. Se separó de Aaron y acercándose nos abrazó brevemente.

- Amelia Montfort. -se introdujo.

- Alicia Brownhills.

- ¿Tu eres Alicia? -su boca se abrió con emoción- ¡Finalmente!

La señora Montfort se arrojó sobre Alicia por segunda vez.

- Un gusto. -sonrió.

- El gusto es mio, querida. Aaron no para de hablar de ti.

Las mejillas de Alicia se tornaron rojizas y con timidez colocó su cabello tras la oreja.

- Yo soy Gala Evans. -la ayude a librarse de la atención.

Alicia podía ser bastante extrovertida, pero estas situaciones la ponían a trabajar a mil por segundos y si dejaba que fuese muy lejos, su boca no conectaría con la parte lógica de su cerebro y diría algo que la seguiría hasta el final de sus días. Estos segundos la ayudarían a juntar todo y no arruinarlo.

- Tu eres la mejor amiga, ¿no es así?

- Eso es correcto, señora.

Miro a Aaron un segundo y devolvió sus ojos a mi.

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