XXXIX.

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Mi cabeza se sentía pesada cual plomo. El estado ensimismado en el que me sumí el resto de la tarde fue la mejor de las soluciones que encontré para no darle rienda suelta a más acumulación de preguntas en mi suficientemente saturada cabeza. Me obligue a mantener mi boca cerrada desde el momento en el que cruce la puerta para unirme a los demás y así evitar una bomba directa en la sala. Detestaba, y más que eso, odiaba que las personas decidieran mostrar sus cartas cuando ya tenía un montón de donde escoger. No necesitaba el añadirle más a la montaña de problema que tenia por resolver, pero eso era algo que no muchos entendían y creían que tocando un punto vulnerable en mí dejaría todo a un lado e iría a solucionar lo que me tocaba cerca del corazón. Todo me tocaba cerca del corazón, a decir verdad. Me tendría que dividir en tal vez un millón de piezas para poder estar en cada lugar en el que me quisieran. No podía solo dejar una cosa de manera egoísta, por ir a solucionar otra que en teoría ni siquiera sabia si era real. Margaret podría estar hablando porquerías, de la misma forma que diciéndome una realidad que yo no había sido capaz de ver, pero lo que no me terminaba de sentar bien es la desesperación que se reflejaba en sus ojos. Las personas en ese estado son capaces de las mil y un estupideces que se les crucen por la cabeza, y no era correcto poner en riesgo a los hombres que están colocando su trasero al fuego por mí, dejándome llevar por la desesperación de otro. Ya tenía la mía propia, y si había logrado mantenerla a raya no podía permitir que cualquiera la destruyera. Estar desesperada en esta situación no era un buen paso, y muchísimo menos guiarme por ella. Elegía quedarme con mi cabeza como plomo por el miedo a que algo le sucediera a Alicia y no lograse adelantarme a los hechos. Teníamos un enfoque aquí y sería muy poco profesional que pusiera pausa al progreso en el que todos habíamos colaborado por la suposición de una viuda presa de su dolor. Sumándole a eso que Alicia me aseguró estaba bien y se sentía protegida, no existía humano más paranoico que ella y si es capaz de decirme que esta bien con tanta firmeza, ¿que otra cosa debía hacer más que respetarla? Prefería confiar en mi mejor amiga, y no en una mujer que se notaba no me soportaba en lo absoluto.

Si, esa había sido mi conclusión del día bajo la atenta mirada de un grupo de hombres que no sabían cómo manejar a una mujer callada. Ellos eran muy graciosos, en serio. Se miraban entre sí, silenciosamente y con mucho pánico, comunicándose como deberían proceder conmigo. Tal vez cuando el sol se estaba ocultando mi cabeza se encontraba en un mejor estado, y solo tal vez porque no voy a admitir nada, mantuve mi boca cerrada porque era hilarante verlos en apuro. Ya lo dije, tal vez. Lo consideraría un descanso. Un descanso de Killard lanzado comentarios en doble sentido, un descanso de Tales decidiendo que era un buen momento para poner su amor en evidencia, un descanso de Lloyd yendo a por todas y un descanso de Howard siendo... Howard. Si me lo preguntan, me merecía el descanso. Claro que si.

El grillo en la ventana de la cocina me hizo compañía reventando mi tímpano en el proceso de escoger que meter en mi estómago para hacerlo callar. Una cacerola en el refrigerador llamó mi atención y levanté la tapa inspeccionando el contenido. Antes pruebo una maldita comida de Alicia que eso, pensé. No tenía para nada un aspecto apetitoso, se veía seco y nauseabundo. Tenia que ser el pollo de Gwen, fue la única que cocinó el día de hoy. La imagen de Tales atragantado con eso me hizo soltar una risilla burlesca y cerré el refrigerador con un toque. No me iba a intoxicar. Cogí el pan del gabinete junto a la mantequilla de maní y puse una buena cantidad tarareando cualquiera canción que se me ocurría para entretenerme. Lo lleve a mi boca y de una mordida comí la mitad. Estaba hambrienta, no me juzguen. La tarde completa me la pase viendo a Killard y Lloyd discutir sobre zapatos y sino la voces en mi cabeza insistían en molestarme. Me hallaba sola en la cocina además, ningún alma me podía juzgar. Preparé otro con mis mejillas a punto de explotar y la puerta se abrió de golpe en ese preciso instante.

— Aquí estas.

Termine de engullir mi comida y tragué con dificultad.

— Si, Lloyd, aquí estoy. —limpié la comisura de mi boca— ¿Pasa algo?

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