XLVI.

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La efervescente anticipación me obligó a abrir los ojos antes de lo habitual esa mañana, y no mejoró.

Nada mejora cuando eres el entretenimiento favorito del destino.

Luego de un largo rato viendo los resortes de la cama, decidí tomar una ducha de agua fría. Primera mala idea del día, casi resbalar no subió el ánimo. Lo que sea que estuviese ocurriendo allí dentro, no lo arreglaría un baño, mucho menos caerme. Mis nervios se encontraban destrozados, y el cosquilleo en mis dedos lo dejaba en evidencia. Distraída por las molestas sensaciones que se negaban a dejarme en paz, terminé con la camisa al revés y mi rifle atascado. Que chistoso, rían conmigo. Arreglé el uniforme con expresión mortalmente seria y desarme el rifle para ver que ocurría, descubriendo que el único problema era yo siendo torpe. Esta novatada no figuraba a los veinticinco años.

En el turno me aseguré de mantener el arma alejada de mis pies y de cualquier zona en la que un tiro no fuese bien recibido, con este nerviosismo confiar seria arriesgado. Tales, Howard y Killard se unieron hablando hasta por los codos la mañana entera. Sabía la razón, los nervios debían estar pintados en mi expresión como una valla publicitaria gigantesca que no pasaba desapercibida para nadie. Agradecí que no lo mencionaran, optando por entretenerme con anécdotas de sus años en despliegue. Killard, como siempre, poseía las más graciosas. Reí con él dejándome llevar olvidando el peso sobre mis hombros y revoltijo interior que tiraba con fuerza para hacerme flaquear. De vez en cuando notaba a Tales echándome miradas y para que estuviera tranquilo, sonreía a todo dar. Lo necesitaba en sus cabales, porque todavía persistía el cosquilleo y eso significaba que, a pesar de estar relativamente relajada, no hallaría tranquilidad si el plan no se ejecutaba.

Entre anécdotas, mis ojos iban a parar al reloj en mi muñeca contando inconscientemente las horas. O conscientemente, no importa. El tiempo de descanso finalmente llegó y Tales me arrastró a la cafetería poniendo una bandeja de comida frente a mí.

- No tengo hambre. -deje saber.

- Come un poco. -pidió amablemente.

- Mi estómago esta revuelto, Tales.

- Tienes que relajarte. -tocó mi mano disimuladamente.

- Prometo que estoy haciendo mi mejor esfuerzo, pero desde esta mañana...

- Respira, Gala. Lo harás excelente.

Inhale profundamente. La comida no se veía apetecible, no ayudaba en la tarea.

- ¿Que es esto? -lo pique con el tenedor.

Killard arrastró la silla frente a mí tomando asiento y Howard repitió su acción en el lado opuesto.

- Algo con carne. -respondió Killard- Y seguro otro animal.

Arrugue el rostro.

- Killard, cierra la boca. -regaño entre dientes el hombre junto a mí.

- Lo siento, jefe. -picó un trozo de lo que reposaba en su bandeja y lo llevo a la boca haciendo ruidos de gusto. Gradualmente su expresión se transformó en lo opuesto y dijo-: Excelente, lo recomiendo.

Howard lo vio de reojo.

- Puedes escupirlo.

Alcanzó el vaso y escupió.

- Excelente, ¿no? -lo moleste tomando las galletas en mi bandeja. Era la comida segura de este lugar.

- ¿Quieres probar? -devolvió la broma.

- No, gracias. -negué con la cabeza- Disfrútalo.

- No está tan mal. -intervino Howard masticando con esfuerzo.

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