Capítulo 18 - "Días de sombra"

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"Desempolvar recuerdos, y evocar desgracias, soy demasiado buena en eso."

─¿Señora?

De pronto, empezó a caer del cielo un suave sereno que mojaba sutilmente el follaje de las plantas en el jardín de Marcelo, el clima era fresco, y el cielo se había tornado gris, cuestión que no ayudaba mucho a subir el ánimo de la mujer llorosa.

─Debería calmarse, hágalo por su bien. ─ Insistió la misma voz del muchacho que estaba preocupado por su jefa, quien no había cesado su llanto desde que las lágrimas empezaron a salir de sus ojos.

─No.. no puedo. ─ Ella llevó sus manos a su cara, tapando su expresión de tristeza.

─Trate de tranquilizarse... ─ Él tomó nuevamente una de sus manos y la acarició con sus dedos, con delicadeza, sin mirar a ellas, sólo viendo a los ojos de Verónica derramar lágrimas otra vez. ─Voy... Tiene el pie enrojecido, e irritado, voy a hacerle un masaje.. para que se sienta mejor, ¿Si?

La mujer bajó su mirada hasta donde el joven estaba, viendo como él ahora observaba su mano con magulladuras y moratones, sabía que vendrían muchísimas preguntas, y lo que menos quería era responderlas.

Sólo esperaba que haberse lastimado las manos de aquella manera hubiese servido para algo, por lo menos para romper algunos huesos de la cara de Albert.

─¿Qué le pasó? ─ Preguntó Marcelo como ya ella lo imaginaba; Preocupado y consternado.

─Sólo haz lo que dijiste. ─ Evadió la mujer los interrogantes del muchacho de mirada desorbitada. ─Por favor.

─¿Pero qué le pasó en las manos? ─ Cuestionó con más insistencia el joven, sosteniendo entre sus manos las de Verónica.

─¡No te importa, maldita sea! ¡Sólo haz lo que dijiste! ─ Gritó irritada e iracunda la pelirroja, safándose del agarre se su asistente.

El muchacho se quedó en silencio ante el descomunal regaño de la mujer de cobrizo cabello, mirando con inseguridad las manos que Verónica acababa de retirar de su contacto, no quiso mirar a sus ojos, sabía que en ellos encontraría el sufrimiento al desnudo de ella, su tormento, su cruz.

Mientras la mujer respiraba con auténtico agotamiento y sin mencionar palabra alguna, su mirada estaba fija en el suelo, las lágrimas se habían secado en sus ojos ahora vidriosos. Marcelo preocupado se puso en pie, la miró, tratando a toda costa de no incomodarla, de no llenarla de más incertidumbre, y sobretodo de no incrementar sus penas, sus dolores. Quería verla de nuevo sonreír genuinamente, aunque aquello era demasiado difícil en la mujer irónica en la que se había vuelto.

El chico no tiró la toalla, no aún, cuando sus rodillas se hundieron en el colchón suave de su cama, y sus manos con timidez lo hicieron en la carne de la pelirroja, la piel estaba descubierta, fría, pálida, con los vellos de punta por la calidez del tacto.

Verónica suspiró profundo, su espalda se arqueó en un liberador dolor ante el masaje que el joven repetía una y otra vez, siempre con más intensidad.

─Si... Si la estoy lastimando puedo detenerme. ─ Dijo él precipitándose a la reacción de ella.

─No, sólo continúa. ─ Ella enderezó su espalda en buena disposición. Le dolía terriblemente y aunque le pareciera extraño, Marcelo estaba logrando acabar con el dolor que se concentraba en aquella zona.

Mi jefa, es una mujer peligrosa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora