En un pasillo solitario del instituto St. Patrick, estaban dos personas sentadas una delante de la otra. Una chica despreocupada, y un niño con los nervios de punta por lo que había acabado de hacer.Había dado su primer beso, y estaba tentado a pensar que no era con la chica indicada. Pues esta reía en un tono burlesco que lo empezaba a incomodar y hasta sentir mal.
Verónica trató de parar sus risas por un momento para darle determinación al chico que frente a ella estaba, y que la había acabado de besar, si era que se le podía llamar beso a tan mínimo roce. Miró con detalle al niño, sus ojos cafés eran preciosos, contaban con un brillo especial, y con un poco de luz de sol, se volvían espectacularmente mágicos, lo sabía porque ya había tenido la fortuna de ver a Marcelo bajo el leve sol de la mañana, y solo bastó una mínima cantidad de luz de la colosal estrella, para que esos bonitos ojos demostraran que son igual o más bellos que cualquier otro color de iris.
Él estaba dotado con una bella mirada que parecía atravesar el alma de las personas, y que justo había atravesado la de ella en ese mismísimo momento en que lo miraba fijamente. Era un chico bastante guapo, apesar de su evidente ternura y falta de madurez, de oscuros cabellos y blanco espíritu, que irradiaba tranquilidad y dulzura a todos los que con él interactuaban.
─No debí hacer eso, disculpa. ─ Marcelo tapó su rostro con sus manos y se sintió avergonzado, la mirada de ella era indescifrable y no sabía si estaba seria o tranquila.
Todo aquel que juega con fuego, se quema.
Ella retiró con cuidado las manos del niño de su cara, y cuando tuvo sus bonitos labios despejados, se pegó a ellos sin darle tiempo a él de reaccionar, tomó con fuerza su cabeza con una de sus manos para obligarle a responder, pero el chico seguía anonadado mientras ella exploraba cada espacio de su boca dejando brillo de cerezas regado por sus labios. La chica usó el peso de su cuerpo para sepultar al niño bajo ella y sostenerse con sus piernas arrodilladas y brazos apoyados en el suelo, continuando con el acalorado beso que fue mermando con los minutos.
Sin dar explicación alguna ni decir palabra, se retiró con los labios rojos y el gloss corrido. Dejando a Marcelito en un estado de confusión aguda.
Verónica sonreía camino a su clase de biología hasta casi soltar una carcajada en el silencio del pasillo, pero se tapó rápidamente la boca con la mano, aún no superaba la cara de asombro de aquel niño y como la miraba, aquella mirada sería difícil de olvidar, sobretodo porque estaba cargada de ilusión y enamoramiento.
Ilusión y enamoramiento...
─Tengo que volver y aclararle todo. ─ Se dijo observando hacia atrás pensativa, con una parte de ella incitándola a volver con el chico y aclararle sus confusos pensamientos, no quería que se sintiera mal. Ella no era así, o tal vez si, ni siquiera podía saber cuál era su auténtica personalidad, vivía debatiéndose entre el mal y el bien. Pensó.
Miró su reloj de mano con bonitos pines de de flores en acero, faltaban exactamente tres minutos para que empezara la clase, se quedó ahí parada intentando pensar rápido y saber que hacer primero, pero recordó que el chico tal vez ya se había ido a su aula, y lo más probable es que no estuviese ahí. Lista para irse, volteó la mirada hacia el frente emprendiendo su caminata hacia el salón, pero una mano grande la detuvo agarrándola por el brazo fuertemente mientras la chica abría sus ojos asustada, sin darle chance a mirar su rostro aquel sujeto tomó de la cintura a la joven que pataleaba salvaje en el aire, y cargando su cuerpo la llevó hacia un cuarto de limpieza que estaba próximo a ellos.
Verónica apenas percibió el olor a humedad y polvo empezó a toser, sintiendo también como aquel sujeto la ahogaba con sus enormes brazos sobre su pequeña cintura.
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Mi jefa, es una mujer peligrosa.
Mystery / Thriller¿Qué pasa si te reencuentras con la chica protagonista de tu efímero amorío juvenil? Y ahora, viviendo en la piel de tu jefa. Un joven hombre tendrá que soportar en carne propia la personalidad prepotente, déspota, y orgullosa de aquella mujer que e...