Diecisiete

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Al llegar a la plaza dejaron todo en un rincón. Necesitaban descansar ya que cargar con todo aquello además del camino de vuelta les había resultado agotador. Estaban solos, junto a los restos de los mellizos solamente, y ahí les surgió una duda. ¿Dónde dejar aquellos paquetes repletos de muerte mientras se dedicaban a desenterrar a los demás?

Tenían la casa del párroco vacía, pues desde que él dejó el mundo de los vivos no había entrado nadie allí a excepción de la jornada de limpieza en que eliminaron todo rastro del cruel asesinato. Ésta estaba a tan sólo unos pasos de ellos, bastaba empujar el portón para acceder a ella y, necesitando un lugar como necesitaban, era una buena opción. Lo comentaron entre ellos; fue un debate fugaz que dio como resultado la apertura de la humilde vivienda y el depósito de las bolsas en el interior de la misma.

Salieron de allí en dirección a la mansión, por el camino recogieron palas, mazas y otros utensilios necesarios para la tarea que les ocupaba, además de más bolsas y guantes pues no sabían en qué estado se encontrarían los cuerpos tras casi dos años allí enterrados. Tomaron mascarillas del centro médico que yacía prácticamente cerrado desde tiempo atrás. Porque, se preguntaban, ¿cómo olería al abrir el suelo o, en el caso de los padres, la pared? Si era como las bolsas del río aquello sería difícil de respirar así que, prevenidos, llevaron consigo los objetos necesarios.

Drazic Rupit atendía una llamada de trabajo en el despacho de su piso de Gennand mientras su esposa y su hijo lo esperaban jugando en el salón, ya deberían haber partido pero parecía que debería solucionar aquello antes o todo en la empresa se complicaría. Suspiró al tiempo que se sentaba en su butaca sin desviar su atención de la conversación en que lo tenían sumido y se hizo a la idea de que aquello tardaría más de lo que le gustaría.

En el jardín de la gran casa ya se estaban llevando a cabo los preparativos para la recuperación del cadáver del hijo mayor y el del menor. Como siempre, Justin y Anthony eran los máximos líderes del grupo, junto a Marcus que era el único que sabía exactamente dónde cavar y a qué profundidad. El resto de vecinos se encargaría de ayudarles en la excavación pero serían ellos tres quienes les sacarían de sus tumbas, pues se podía ver que los demás no soportarían estar en contacto con los restos. Aún les quedaba mañana por delante y confiaban en poder concluir con las tareas al exterior antes de que la afluencia de tráfico cerca del pueblo se incrementase. Se terminaron de organizar y se situaron cada uno en su puesto, asignado momentos antes, listos para empezar con la exhumación. Marcus fue a la jardinera que bordeaba todo el jardín, a ras del muro en el que una verja de hierro forjado presidía el terreno. Buscó una gran planta que ascendía hasta la parte superior de la verja permitiendo ver, tanto desde dentro como desde fuera, las pequeñas hojas de color verde oscuro y las numerosas y hermosas flores rosadas que colgaban tal cual adornos en un árbol de navidad. Volvió la cabeza en dirección a los que esperaban expectantes una indicación precisa y se la dio.

— Aquí —Justin se acercó a él—. Aquí enterramos al bebé.

— Altor. Se llamaba Altor —puntualizó Susanna, que estaba presente y no muy alejada de ellos.

— Altor, bien... —tragó saliva—. Pues Altor está aquí enterrado.

— ¿En la jardinera? Eso no es estar muy enterrado que se diga, Marcus. ¡Cualquier animal podía haberlo sacado! —Exclamó ella, disgustada.

— ¡No! Fuera de la jardinera, pero por aquí —indicó señalando el lugar exacto donde recordaba haber cavado.

— De acuerdo, empecemos a cavar, que se nos va el día hablando —se sumó Anthony a la conversación.

— Un momento, antes de eso quizá sea mejor indicar dónde está William, para que se pueda ir cavando, tenemos suficientes palas para cavar al mismo tiempo en ambas sepulturas.

Estuvieron de acuerdo, así que Marcus les indicó el punto exacto donde estaba enterrado el hijo mayor, justo en el centro del jardín, no muy lejos de un gran árbol de tronco oscuro que reinaba en la zona y a un lado del camino empedrado que llevaba hasta la casa. Todos tomaron posiciones y comenzaron a profundizar en la tierra, tres personas en cada zona mientras otros vecinos iban acumulando, en carretillas, la tierra que iban desprendiendo del suelo. Una vez extraídos los restos tan sólo deberían volcar las carretas y se rellenarían los huecos casi instantáneamente.

Uno de los hombres que estaban cavando junto a la jardinera se detuvo repentinamente. Los demás al verlo le imitaron, sin mediar palabra.

— He tocado algo duro con la pala —le dijo a Justin, el cual se acercó y miró al interior del agujero.

— Veamos —Justin se tumbó en el suelo e introdujo un brazo en el hueco cavado por sus compañeros, intentó alcanzar el fondo pero no lo consiguió y se irguió de nuevo. Se quitó el guante y se rascó la parte superior de la cabeza y después la nuca, mientras pensaba qué hacer—. Tenemos que hacerlo más ancho, sino no lo podremos alcanzar —informó echando una nueva ojeada al fondo.

— Está bien, ensanchémoslo, no hay problema —dijo quién lo había avisado.

— Vale, avisadme cuando lo tengáis y creáis que se puede acceder con facilidad, ¿sí? —Cuando le dieron una respuesta afirmativa, con movimientos de cabeza y algún monosílabo, continuó—. Estaré allí viendo si terminan de excavar.

Se dirigió a donde, se suponía, estaba el hijo mayor de la familia, William. Esa excavación iba bien en ese momento, al ser un chico más grande, la zona a excavar era más amplia pero también facilitaría la tarea de localizarlo y sacarlo de ahí. Llevaban cavado un metro y medio de profundidad aproximadamente cuando se pudo ver lo que parecía un hueso, entonces Justin volvió a colocarse el guante que se quitó momentos antes, que pendía de su bolsillo trasero del vaquero. Una vez con las manos enfundadas en los gruesos guantes, los cuales empleaba para trabajar en el campo y en la granja, se introdujo de un salto en la amplia fosa, se acercó a lo que habían encontrado y apartó algo de tierra suelta con la mano. Apareció ante él una pieza ósea, quitó algo más de arenilla desprendida que lo cubría y pudo ver el esternón, hundido hacia abajo reposando sobre algunas vertebras. Él se puso de pie nuevamente y trepó para salir del agujero, ayudado por una mano amiga que agradeció en aquel momento.

— Sólo quedan huesos, nada más; al menos en la parte que asomaba donde he mirado yo ahora.

— ¿Seguimos cavando alrededor o prefieres que lo hagamos a mano desde dentro? —Le preguntaron.

— Vaya pregunta, Brandon... Ya no podéis cavar, sería fácil dañar los restos y eso sería el remate, la última falta de respeto —suspiró—. Entrad dos en la fosa. Mirad los diferentes tipos de cepillos que trajimos, a ver si alguno os sirve, y después empezad a retirar la tierra que tiene encima. Avisadme cuando acabéis para empezar a sacarlo.

Brandon asintió y le hizo un gesto con la cabeza a uno de sus compañeros, Gaara, que entendió su señal y le siguió a buscar lo que les dijo Justin. Brandon cogió un cepillo de cerdas duras de los que usaba su madre para fregar el suelo a mano y Gaara escogió una bruza. Se metieron en la fosa y empezaron a pasar las herramientas por la tierra que cubría los restos óseos con intención de dejarlos listos para la extracción. 

✔️La venganza del diez de julio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora