Veintiséis

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Fueron unas palabras muy duras las que oyeron los pobres y desesperados campesinos:

— No hicisteis lo que dijisteis que haríais —dijo una voz que reconocieron como la del cabeza de familia fantasma—. Ahora, nos vais a escuchar.

— No queremos ni oíros mientras hablamos nosotros, esto nos absorbe mucho poder —prosiguió la mujer fallecida, en tono enfadado.

— Os queríamos recordar un hecho. Vosotros pedisteis clemencia, rogasteis perdón y compasión, implorasteis que os dejásemos vivir y que cargase con las culpas tan solo aquél que las mereciese. ¿No es cierto? Bien, pues hemos estado pensando y hemos llegado a la conclusión de que no merecéis tal perdón.

Los pobres humanos escuchaban en silencio, sufriendo por dentro con cada palabra, sintiendo cómo las entrañas se les pegaban de los puros nervios que estaban viviendo. El cuerpo de Neil permanecía en el centro, girando levemente sobre sí mismo y con la mirada como ida. Sus ojos estaban descoloridos, no en blanco, pues se veían sus pupilas que habían perdido el color y el brillo. Su boca se movía mientras las palabras de aquellos muertos que los atormentaban salían por su pequeña garganta, con una voz que no era la suya; no era la voz de un infante.

— ¿Recordáis aquellas frases amenazadoras que aparecían en nuestras paredes? Aquella en que estaban escritas algunas de las palabras más atemorizantes de vuestras vidas —reiteró la chiquilla ausente.

Los miedosos permanecían en silencio y los que no tenían miedo también. Sabían perfectamente a qué se referían, pero no osaban pronunciar sonido ni palabra. Los espíritus prosiguieron con su discurso fatal:

— Rememoremos lo que indicaban aquellas palabras: <<Prestad atención y vigilad vuestros lechos durante la noche. Pagaréis todos por un pecador. De estos inocentes muñecos...>> —y cortó el padre—. Ahora llega lo más importante, escuchad: <<uno tendrá vida y vengará nuestras muertes. Alguien deberá cuidar a nuestro descendiente por nosotros, cuidadlo bien o sufriréis las consecuencias>>.

Finalizó con un tono irónico en la voz.

La gente miraba sin mediar palabra, pensando todos lo mismo. Tenían toda la razón al recriminarles lo que les estaban recriminando, pues no hicieron caso de sus avisos, no cuidaron de su hijo y, peor aún, lo abandonaron intentando vanamente deshacerse de él.

— Ahora —comentó la mujer—, deberéis sufrir las consecuencias como bien sabéis. El pequeño infernal, como le llamáis, es quien tiene las riendas asidas a sus manos. No llegó a vivir ni tan solo un minuto, murió sin haber nacido y eso nunca os lo perdonará. Ya podéis prepararos para el fin; la tragedia se acerca. No será el fin del mundo, pero sí será el fin de este pueblucho.

Aquellas espectrales voces se disiparon en el viento, ausentándose sin previo aviso, tal y como habían aparecido. Solamente las últimas palabras permanecían aún en el ambiente y resonaban amenazantes en las mentes de los temerosos: "no será el fin del mundo, pero sí será el fin de este pueblucho".

La única señal de que habían mantenido aquella conversación era la expresión del rostro infantil y el estado, casi catatónico, en que se encontraban los nuevos vecinos, con el estupor dominándolos. Neil permanecía en el centro, ya sin moverse, con la cabeza ligeramente inclinada hacia arriba y los ojos, con el color presente de nuevo, muy abiertos y clavados en el cielo. No pestañeaba ni se movía, simplemente estaba ahí quieto, como si esperase algo...

Inició un leve chispeo, las pequeñas y escasas gotas caían sobre ellos y sobre el rostro del infante, quien seguía allí observando ahora la procedencia del agua. Podía apreciarse en su rostro que el contacto del líquido con su cuerpo le gustaba, pues una ínfima sonrisa se dibujaba en su infantil rostro. Nadie dijo nada, solamente esperaron.

✔️La venganza del diez de julio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora