Trece

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Todos, incluidos los visitantes, congregados en el jardín seguían hablando tan animadamente como el miedo y la preocupación les permitía.

— Debemos nombrar un alcalde, pero ¿quién? —Preguntó Justin.

— Yo no, desde luego —se apresuró a sentenciar Doris en cuanto sintió miradas sobre ella.

— Trabajas en el ayuntamiento, sabrás mejor que ninguno de nosotros cómo funciona todo...

— ¡No! Sólo soy administrativa, no puedo ser alcaldesa —respondió ella, de modo tajante.

— Si quieren —interrumpió Drazic—, puedo ser yo. Al menos hasta que encuentren entre ustedes a alguien mejor —se quedaron todos pensativos, mirándose de refilón entre ellos y, aún dudosos, decidieron aceptar pues no disponían de una opción mejor en ese momento—. Entonces quedamos así —concluyó—. Mañana regresaremos para empezar a preparar lo del nombramiento y, en cuanto esté hecho compraré esta preciosa mansión, para mi mujer y mi hermoso hijo. Ahora vamos a ver la casa por dentro, antes de que sea más tarde —finalizó mirando a ambos, sonriente, ante la mirada incrédula de los vecinos del pueblo.

— ¡Sí, vamos! —Exclamó su mujer, eufórica—. ¿Alguien viene con nosotros?

Justin asintió y, tras eso, se encaminaron hacia la mansión, entraron dentro y la fémina se deleitaba admirando las paredes, el suelo, la moqueta, ¡todo! Estaba realmente emocionada por la futura adquisición.

En el interior de la vivienda aún quedaban algunos residentes que habían entrado para seguir con la búsqueda, puesto que empezaba a oscurecer y querían aprovechar el máximo tiempo posible. Ella daba grititos de emoción mientras su ángel gritaba y reía en sus brazos; para ella era un angelito, para los demás era un ángel caído.

Ya se ocultaba el sol, quedaba poco rato de luz, así que se apresuraron a ver todo lo antes posible.

— ¡Es perfecta! —Exclamaba ella—. Tiene todo lo que necesitamos ¡No podría pedir más!

— Sí, cielo, lo es —asentía su marido, divertido por verla así.

— Es más, hasta me gustan algunos muebles, podríamos mantenerlos.

Prolongaron esa actitud durante el rato que tardaron en completar la visita a la morada, la pareja partió del lugar emocionadísima y deseando regresar para poder formalizar todo y mudarse cuanto antes. Regresaron a Gennand y descansaron como nunca.

En la aldea estaban todos abrumados; se encontraban en el jardín debatiendo si había algún modo de evitar lo que se les avecinaba cuando, de pronto, detuvieron el murmullo y pusieron sus oídos a trabajar a máxima capacidad, pues les parecía oír voces en el interior de la mansión. Mantuvieron el silencio un minuto más o menos, hasta confirmar sus sospechas y, tras eso, entraron.

Inspeccionaron su alrededor esperando cualquier desastre, ya no se sorprendían mucho, aunque el miedo y la sensación de agobio se incrementó. Se advertía como un pitido molesto, que les empezó a martillear en el interior de sus cabezas, resultaba realmente un incordio. Tan sólo un instante después oyeron de nuevo las voces. Se dispersaron un poco, yendo a cada sala y agudizando el oído, hasta que quién estaba más cerca de ellas avisó a los demás.

— ¡Aquí! —Dijo en un tono muy alto una chica que se encontraba en la cocina—. Cuando se acercaron a ella se dio la vuelta y los miró fijamente, asustada.

— ¿Dónde, Sandy? —Le preguntaron varios de sus acompañantes.

— Viene del sótano —respondió con firmeza, señalando hacia la puerta del sótano que estaba al fondo de la cocina.

✔️La venganza del diez de julio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora