Quince

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Marcus amaneció aquella mañana con el ánimo por los suelos, el sentimiento de odio que crecía en él la velada anterior había alcanzado magnitudes insospechadas durante la noche. No había pegado ojo, pensando y pensando, soñando despierto con su adorada Susy, aquella a la que quiso proteger cometiendo el peor error que pudo, aquella que lo odiaba a causa de ese error, aquella que con el desprecio que actualmente sentía por él lo estaba matando en vida. Decidió que sería mejor cumplir su propósito de la noche anterior y después marcharse de allí, irse para siempre lejos de su hogar y su amada Susanna. Se levantó tarde, a propósito, y tras alistarse anduvo hasta la plaza, donde sabía que estarían todos terminando sus desayunos.

No pensó en comer con ellos aquella mañana, pues sabía que no era ya bien recibido en el grupo de vecinos y prefería ahorrarse la máxima incomodidad posible. Evidentemente, al llegar, todos se volvieron a verle entrando en la plaza notablemente nervioso. Murmullos empezaron a oírse por el lugar, las miradas le atravesaban y él, compungido tanto como era posible, se acercó lentamente hasta las mesas.

Con sus nerviosos ojos buscó a su novia y la encontró, sentada en su lugar de siempre, removiendo el contenido del plato sin apenas haber probado bocado. Su nombre escapó de sus labios y, automáticamente, ella levantó la vista y la fijó en él. Durante unos segundos se la mantuvo, escudriñándolo con la mirada, y después le hizo un gesto indicándole que tenía su plato del almuerzo justo al lado de ella. <<Siéntate a comer>>, le dijo alguien. Él titubeó, miró alrededor, desconcertado, no se esperaba siquiera que se lo hubieran preparado. Hizo amago de rechazar el ofrecimiento pero no tuvo tiempo, un <<Siéntate>>muy firme lo hizo obedecer. Se acomodó en el lugar que había venido ocupando todo aquel tiempo y observó a todo aquél que tenía cerca, también a su compañera, que lo miraba intensamente y sin mediar palabra. Los demás empezaron a hablar con normalidad y eso lo alivió aunque, en parte, lo descolocó más aún.

— Pensábamos que no venías —le dijo Anthony.

— Iba a venir para hacer...

— Digo a desayunar —le cortó.

— Ah... No he venido a desayunar —respondió mirando el plato.

— Tonterías; tienes que comer, sino estarás débil —dijo Susy, a lo que él la miró de nuevo, sonriendo tímidamente, pues eso le hizo pensar que aún se preocupaba por él, así que no debía ser tan grande el odio que sentía por su persona.

— Cierto —musitó. Acto seguido empezó a comer, o más bien picotear, bajo la atenta mirada de sus vecinos.

— Esperaremos a que termines, después nos marcharemos. Tenemos mucho que hacer hoy —dijo Justin.

— Sí, vayamos primero al río, a esta hora es mejor ya que hay menos movimiento de coches por la carretera, no queremos que nos vean. Después el jardín, que también es al exterior y cualquiera nos puede encontrar ahí. El sótano, por último.

— Pero ¿nos dará tiempo de hacer todo hoy? —Cuestionó una señora de mediana edad, poco habladora— Porque quizá nos convenga más separarnos y hacer todo en una vez, así ganamos tiempo.

— El único que sabe dónde están es Marcus, él ha de estar en los tres lugares y no puede multiplicarse, por eso será mejor que vayamos todos juntos a cada lugar, por si hubiera complicaciones de algún tipo y porque él es quien sabe exactamente dónde buscar.

— Claro, perdón, no pensé en eso —masculló, algo avergonzada.

El chico terminó de ingerir los pocos alimentos que estaba dispuesto a aceptar su estómago y avisó a los demás de que ya estaba listo. Todos se pusieron en pie y recogieron sus cubiertos y demás utensilios, los entraron a la cafetería, recogieron las mesas y sillas y se pusieron en marcha.

✔️La venganza del diez de julio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora