Veintinueve

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Aquel fue un día agitado, como venía siendo habitual últimamente. Los campos ya no se cuidaban como tampoco lo hacían las calles del poblado, dándole al lugar un aspecto abandonado de modo alarmante. Cada vez había menos habitantes, ya fuera por su marcha o por haber muerto a manos de Neil, que estuvo llevando a cabo su venganza de modo sanguinario, sin descanso y en plena noche.

Por esas fechas ya habían muerto a sus manos un total de trece habitantes del lugar que componían cuatro familias, sin dejar ningún miembro de éstas con vida. Sus muertes fueron devastadoras para los demás, pues cada vez eran más los cuerpos a enterrar y menos los que podían darles sepultura. ¿Cómo habían llegado a aquello?

Desde la noche en que el demonio cumplió un año las defunciones se sucedieron una tras otra, haciendo que aquellos que sobrevivían cada vez tuvieran menos ánimos y más claro que podían ser los siguientes.

Muriel y sus hijos se marcharon de la villa, a vivir a Gennand con un hermano de la cocinera. Susanna y Marcus también huyeron, conscientes de que Marcus era un claro e inmediato objetivo del Vengador a causa de su implicación en la matanza de su familia. La madre de Justin murió de su enfermedad, de modo natural, hacía escasos tres días y él estaba hundido.

Reunidos en la plaza, incluidos los tutores del niño endemoniado con el mismo, hablaban de la serie de muertes que se habían producido en el municipio. Se sentían como metidos en una espiral de confusión que los absorbía y dominaba sus acciones, querían ser francos con ellos y decirles que su adorable bebé era el responsable, pero no sabían ni cómo empezar; era algo poco creíble y lo sabían bien.

Drazic insistía en contactar él mismo con las autoridades de Gennand y que se desplazasen hasta allí a investigar, pero siempre acababa cediendo ante las negativas de los contertulios. Algunos pensaban que era el mismo infante quien lo manipulaba de algún modo para evitar que nadie interfiriera en su muy planeada y metódica cacería. Era extraño que aquella pareja no se diera cuenta de nada, ¿cómo podían no percatarse de las escapadas nocturnas de la criatura? ¿Cómo podía pasar desapercibida para ellos la naturaleza de ese engendro?

Lo que no sabían era que no pasaba tan desapercibido, que no ignoraban tanto como parecía; al menos Katherin sabía más de lo que parecía... Pero eso, ni siquiera el mismo Neil lo sospechaba.

Ella había visto la cuna vacía, en más de una ocasión, la noche anterior a algunos hallazgos. Ella, que era quien lo vestía y cambiaba siempre, había encontrado extrañas manchas en su ropa por la mañana y sabía que al acostarlo no estaban ahí, y no era tonta, al menos no como para creer que esas rojizas salpicaduras salían de la nada. Su marido ignoraba todo esto; él se dedicaba a su empresa todo el tiempo, ni siquiera salía con ellos a pasear, pues ahora viviendo en otro lugar todo le acarreaba más trabajo.

Katherin, confundida hasta el extremo, mantenía un silencio que la quemaba por dentro y fingía, de cara al escaparate, que todo estaba bien y que vivía en la ignorancia de lo que realmente sucedía. Necesitaba respuestas y, aunque no sabía muy bien cómo, daría con ellas, empezando por hablar con esa gente a solas, sin Drazic y Neil. Debía buscar el momento, pero ¿qué haría una vez tuviera las respuestas si éstas indicaban lo que su subconsciente le estaba diciendo? Se conocía bien y sabía que no haría nada, pues quería demasiado a ese niño; era su hijo y aunque no lo fuese en sangre lo era en corazón, que era más importante.

A veces se quedaba pensativa, en su propio mundo, meditando y dándole vueltas a todas las disparatadas posibilidades que cruzaban su cabeza. Cuando esa situación se daba casi no escuchaba lo que sucedía a su alrededor y requería que alguien llamase su atención directamente, como sucedió en ese preciso momento durante la reunión en la plaza.

✔️La venganza del diez de julio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora