Ocho

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Durante varios días intentaron contactar con los muertos, sin conseguir nada; no sabían cómo hacerlo y terminaron probando mil cosas distintas, desde intentar llevar a cabo ridículos rituales hasta llamarlos a gritos frente a la casa e incluso dentro, pero nada parecía despertar a los espíritus de su letargo y ellos esperaban en vano que aparecieran.

Tras exactamente ocho días a alguien se le ocurrió algo; una opción que, hasta ese momento, todos habían pasado por alto: robarles. Sí, era una locura, pero ¿no comenzaron los extraños sucesos tras un robo en la casa? ¿Quién podía asegurar que si eso se repetía no lograrían captar su atención? Estaban ya medio desesperados, por tanto podían darse el lujo de recurrir a medidas desesperadas, o eso creyeron.

Era media tarde cuando, todos juntos, fueron a reunirse frente a la puerta del caserío solitario y vacío. Una vez allí, por si acaso funcionaba, llamaron a los espectros de nuevo, insistentemente, pero no consiguieron nada y decidieron jugarse su último as en la manga. Anthony atravesó el pórtico y, con paso firme, anduvo hasta la puerta principal, entró en la morada y buscó, aprovechando que era de día y podía ver bien, algún objeto de valor. Observaba atentamente todo lo que le rodeaba, no tenía miedo, sinceramente le sobrepasaba la curiosidad y quería aprovechar a ver cuánto pudiera de la mansión porque era consciente de que pocas oportunidades de verla tendría.

Respecto a la búsqueda de algo que fuese suficiente importante o valioso como para atraerles, le costó trabajo, ya que los saqueadores anteriores poco habían dejado, pero al fin dio con algo que creyó que podía funcionar. En un estante del mueble que adornaba el salón, recubierto de una gruesa capa de polvo, pudo apreciar lo que parecían álbumes de fotografías. Al abrir uno confirmó el contenido y, tras ello, los cogió todos y salió de allí escopeteado, repitiéndose a sí mismo que todo saldría bien y según lo planeado.

Tan pronto los álbumes salieron por la puerta todo se desestabilizó y, en lo que tardó Anthony en situarse junto a los demás, una gran nube de un gris muy oscuro se formó sobre sus cabezas. El ruido era ensordecedor, casi imposible de resistir, pero los osados pueblerinos aguantaron con fervor, aguardando hasta que sus oídos percibieron una serie de sonidos similares a voces disipadas en el viento y que iban de un lado a otro sin servir de nada las palabras. De repente, y como todos esperaban y temían al mismo tiempo, se presentaron las verdaderas voces, las que realmente necesitaban oír; las que podían ser decisivas o inútiles para todos.

— ¿Cómo sois capaces de robarnos de nuevo? —Se les acusó—. ¡Devolvédnoslo! —Exigió una voz de chico, William sin duda.

— ¡Necesitábamos invocaros y no sabíamos cómo hacerlo! —Respondió Anthony.

— ¿Para qué nos buscáis? —Se oyó decir con voz ronca y grave.

— Queremos hablar con vosotros, si nos permitís —dijo el joven—. Devolveré lo que he cogido después de hacerlo, lo prometo.

— ¿Y qué os hace pensar que os vamos a escuchar? —Preguntó esta vez la voz melodiosa de la mujer fallecida.

— Os puede interesar. A nosotros nos ven...

— ¡Silencio! —Le interrumpieron bruscamente— Ya nos habéis respondido, y no oséis tutearnos.

— Sí, de acuerdo —aceptó Anthony intimidado, mientras a su alrededor todos murmuraban.

— Está bien. Ahora dime, ¿sabéis quién fue nuestro asesino? —Preguntó el difunto.

— No. Lo que debo decirle no es eso, pero está relacionado con el tema.

— Ah. ¿De veras? —Cuestionó la dulce voz de la niña pequeña.

— Sí, es importante; aunque puede que a ustedes no se lo parezca para nosotros lo es muchísimo.

— Bien, prosigue —respondió de nuevo la niña—. Pero sé breve, debemos seguir con nuestra búsqueda y nuestras tareas.

— Por supuesto. El caso es que nosotros —titubeó—, no podemos seguir siendo sus muñecos de trapo. Quiero decir —se apresuró a aclarar—, que no es justo que paguemos todos por lo que hizo uno de nosotros, y ustedes no ganan nada con ello —explicó el muchacho—. Hemos pensado que podríamos ayudarles a buscar al culpable, si aún sigue vivo. De este modo no moriríamos todos... Si ha de morir alguien debería ser quien lo mereciera solamente. Ha fallecido ya mucha gente y no es necesario seguir derramando sangre inocente. ¿Qué opinan? —Esperó respuesta, pero al no llegar siguió—. ¡Queremos ayudarles! Pero necesitamos saber por dónde empezar a investigar, ya que no tenemos idea alguna ni de quién fue ni de porqué lo hizo. ¡Ni sabemos qué les pasó!

— No está tan mal como pensé. Lo pensaremos y ya os diremos algo. No tendréis que esperar mucho para recibir contestación —respondió el hombre—. Mientras, podéis entrar en la casa cuando queráis para ver si encontráis algo que os pueda ser útil para averiguar lo que nos pasó o quién lo hizo. Debéis averiguarlo vosotros.

— Los álbumes —dijo la hija—, los podéis devolver a la casa una vez hayamos hablado de nuevo. Ojeadlos hasta entonces, si queréis. Quizá entre esas fotos podáis encontrar algún dato que os ayude en vuestra tarea.

Y, con esas respuestas, dejaron de oírse las voces, se disipó la gran nube negra que se había formado sobre sus cabezas y se quedaron solos completamente. Había sido, sin duda, una conversación desagradable pero, aun así, podían ver o bien empezaban a darse cuenta de que, quizá, no eran tan malos sino sólo un poco desagradables, muy rencorosos y con una gran sed de venganza, tanta que les cegaba... Al fin y al cabo no había habido negativa alguna a su petición, ni represalias por haber tomado del interior de la morada los álbumes de fotografías familiares. Es más, les habían dado vía libre para entrar y salir de la casa durante el tiempo que esperasen respuesta y, además, les "prestaban" las fotos hasta entonces.

Esto último les hizo dar vueltas la cabeza porque no acababan de comprender qué esperaban que hicieran con los susodichos objetos. ¿Ver las fotografías de esa familia? ¿Buscar algún indicio de un complot en las fotos más recientes? ¿Quizá analizar a cada persona que apareciese en ellas? Eso significaría que aparte de los propietarios de las fotografías deberían salir otras personas... Sería interesante mirar a ver qué encontraban en ellas, pero no podían tenerlas todos, así que alguien debería llevárselas y revisarlas y, al día siguiente, las podrían revisar nuevamente en grupo, durante el desayuno en la plaza. Podían incluso dedicarle el día completo si se requería.

Por lo demás, no les quedaba más remedio que esperar a obtener respuesta.

Ese día, Anthony se llevó los objetos a investigar a su casa, tras hablarlo y decidirlo entre todos, y estuvo mirándolos antes de irse a la cama. Con suma atención buscaba en ellas algo que le ayudase, que le abriera los ojos, pero por desgracia no funcionaba. Él era un chico joven y algunas fotos retrataban momentos mucho anteriores a su nacimiento mientras que otras, más recientes, eran tan sólo de los miembros de la familia y no reconocía en ellas a nadie que le diese una pista. Finalmente se rindió y llegó a la conclusión de que sería mejor esperar a la reunión matutina con sus vecinos y que, después, alguien mayor se las llevase para ver si sacaba algo en claro.

Una vez juntos empezaron a ojearlas entre todos pero no conseguían sacar nada en claro y eso les crispaba los nervios. Además de eso, el esperar sin saber hasta cuándo y el vivir atormentados por culpa de unos pocos les quitaba la cordura al tiempo que les robaba el sueño.

El propietario de una de las granjas de las afueras del municipio se quedó muy pensativo con la vista clavada en una fotografía concreta y, cuando le pidieron que la pasase a otro vecino, dijo que algo en las imágenes no le terminaba de encajar. Algo no le cuadraba, así que pidió que esa noche le dejasen llevarse los álbumes a su hogar para poder compararlas con unas que eran suyas de la misma época y del mismo lugar. Se lo concedieron sin problema, con la esperanza de que al día siguiente pudiera darles buenas nuevas.

✔️La venganza del diez de julio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora