Veintitrés

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Todos se habían detenido a su alrededor y no parecía que tuvieran intención de moverse de allí hasta que hablase. Aquello iba a ser un juego de preguntas y respuestas bastante doloroso.

— Hemos de ir a por Max —recordó, esperando que sirviera para persuadirlos a todos.

— Puede esperar tres minutos más —contestó con rotundidad su amada, haciendo que él suspirase con aires derrotados.

— Está bien...

— Perfecto. Dime, ¿por qué callaste todo el tiempo? Moría gente, Marcus. ¿Por qué no lo contaste?

— Tenía miedo —respondió.

— ¿Miedo de qué? Ellos murieron, ya no había peligro, ¿no?

— Miedo de que me juzgaseis, miedo a quedarme solo. Miedo a tener que marcharme, miedo a que los fantasmas acabasen conmigo y, sobre todo, miedo a perderte —confesó él sintiéndose rendido.

— Lo puedo entender pero... a mí al menos Marcus, ¡se supone que era tu prometida! No puedes ocultarme secretos así.

— Lo siento mucho, Susy... —le dijo mientras apretaba los puños a los costados de su cuerpo.

— Lo sé, Marcus; lo sé —Susanna reprimía el llanto, pero necesitaba saber más aún—. ¿Por qué te escogieron a ti, Marcus? ¿Por qué tú? Podían haber buscado a alguien de fuera para ayudarlos. ¿Por qué tú?

— Fue a mí a quien recurrieron porque le debía un favor a Gerald.

— ¿Un favor? ¿¿Qué clase de favor es tan grande como para que te arruinen la vida así??

Marcus no respondió, permaneció en silencio ante la atenta mirada de cada una de las personas que había allí; miradas inquisidoras a la espera de una respuesta coherente. Una respuesta que él no quería facilitarles; no estaba preparado para hacerlo.

— Marcus, contéstame —le pidió Susanna—. ¿Qué favor?

— No puedo contestarte a eso, Susy.

— Contéstame, Marcus —repitió de nuevo, elevando el tono—. Contéstame ahora, ¡maldita sea!

— ¡No! —Exclamó él— No puedo responderte a eso.

— Se lo está inventando, Sus, ¿no lo ves? —Interfirió la tía nuevamente—. Si fuese verdad ya te lo hubiera dicho.

— ¡Cállese de una jodida vez, señora! —Explotó Marcus ya iracundo y sin poder controlarse.

— Marcus, dame la respuesta... Venga —Insistió la chica, suavizando el tono para intentar calmarlo.

— ¡Que no! No puedo, ¡entiéndelo!

— ¡Marcus! ¿Me mientes?

— ¡No! ¿No crees que ya no tengo por qué mentir? Ya sabéis que el que faltaba era yo, que yo ayudé en todo lo que me pidieron, que yo lo callé todo este tiempo. ¡Joder! ¿Qué más queréis de mí? —Su ira ya se había salido de su propio cuerpo, era palpable la furia que sentía.

— ¡Quiero saber qué puñetero favor era! ¡Quiero saber por qué fuiste presionado para ayudar en semejante barbarie bajo amenaza de dañarme a mí! ¡Quiero saber por qué mi novio tuvo que pasar por esto! ¿Qué leches le debías a Gerald?

El chico ya no podía más. Intentaba callar ese secreto, pues sabía que nadie lo aceptaría y que sólo le provocaría más problemas a su ex prometida, pero no le daban tregua. Sin saber muy bien cómo salir de aquella, decidió que ya era hora de contarlo, simplemente para que lo dejasen tranquilo de una bendita vez. Apartó la mirada sin dejar de apretar los puños para controlarse y ella, al ver su reacción, se abalanzó sobre él y empezó a golpearle el pecho mientras le gritaba.

✔️La venganza del diez de julio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora