Doce

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La familia forastera llegó hasta el portón y se aproximó a los jóvenes que estaban en el jardín.

— Hola, joven —saludó el hombre, provocando que el chico al que se dirigía se voltease sobresaltado.

— Ho-hola —respondió éste, dudoso.

— Me llamo Drazic y ella es mi esposa, Katherin —dijo señalándola.

— Encantado, señores... —Contestó cordialmente el muchacho, queriéndole dar a entender que no sabía el apellido para dirigirse a ellos.

— Rupit —le dijo mientras sonreía y estrechaban las manos.

En ese instante, ya todos los que buscaban en el jardín estaban detenidos, simplemente observando a los extraños. Aquellos que estaban dentro y pudieron darse cuenta de lo que sucedía fuera, a través de las ventanas, se quedaron también controlando silenciosamente y sin moverse un ápice.

— Yo soy Daniel —se presentó—. ¿En qué les puedo ayudar, señor Rupit?

— Ah, sí. Estamos buscando un lugar para vivir. Somos de Gennand y queremos tranquilidad, menos gente y cosas así. ¿Sabes si hay alguna casa en venta aquí?

— ¡Ésta! —Exclamó su esposa—. Me gusta ésta, quisiera verla por dentro...

— ¿¿Ésta?? —Se sorprendió Daniel, que se giró en busca de ayuda.

— Sí, el jardín es enorme, me encanta. Y la casa es tan grande que estoy segura tendrá todo el espacio que necesitamos —respondió Katherin con naturalidad.

— Pero... es que... —Daniel se sentía sofocado, no sabía qué responder—. Ahora regreso, espérenme aquí, por favor.

— Sí, claro.

Daniel corrió hasta la puerta de la casa, sin saber bien a quién buscar. Solo tenía claro que él no podía decidir semejante cosa.

— ¡Vecinos! —Exclamó nada más entrar. Todos se acercaron a él, corriendo, exaltados.

— ¿Qué pasa, Daniel? ¿Quién es esa gente?

— Dicen que buscan casa, ¡y quieren ésta! Preguntan si está en venta —dijo del tirón, casi sin respirar.

— ¿¿¿Cómoooo??? —Se oyó al unísono.

— Eso, la mujer está decidida a ver la casa por dentro. ¿Qué hago con ellos? —Preguntó, buscando ayuda.

— A ver —dijo Justin—. Esta casa no tiene dueño que pueda venderla, no podrían quedársela aunque quisieran. Diles eso y supongo que no habrá más vueltas que darle. Si insisten en verla, pues que entren y la vean, total no podrán quedársela.

Les pareció una buena opción y Daniel salió decidido a decirles eso; la pareja le esperaba curioseando por el jardín, la mujer sonreía y el niño que llevaba en sus brazos chillaba y reía mientras lo mecían. Acababa de reparar en ese bebé cuando sintió un tremendo escalofrío, justamente cuando sus miradas se cruzaron y vio sus ojos...

Se quedó quieto en medio del jardín, a escasos pasos de donde estaban los extraños mirando a su alrededor, el crío lo miraba fijamente, había dejado de reír y chillar y se limitaba a observarlo, como si lo retase, mientras una traviesa sonrisa se dibujaba en su rostro. El matrimonio se dio cuenta de su presencia y se aproximaron a él sin dejar de sonreír.

— Volviste —dijo la mujer rompiendo el hielo.

— Eh, esto... sí —balbuceó—. Fui a consultar algo.

— Bueno, ¿podemos ver el interior? —Inquirió Drazic.

— Primero, debería decirles que no está en venta. En realidad, no podrían comprarla aunque quisiéramos, ya que los propietarios murieron y no hay quien se encargue de ella —al oír eso sus sonrisas se esfumaron, pero el niño mantenía la vista fija en el muchacho, que ya era consciente de quién era y temblaba del mismo miedo.

✔️La venganza del diez de julio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora