Tres

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Miró a su alrededor, atento a la disposición de las salas: una a su izquierda y dos a su derecha. Movió la cabeza contemplándolas antes de optar por una de ellas y, poco después, se dirigió a la de la izquierda y abrió, despacio, girando el pomo y empujando la puerta. Entraba luz por la ventana y se podía apreciar una cama, un armario y algunos juguetes de niña, lo que le hizo pensar que debía ser la habitación de Molly, una de los hijos medianos de la familia. No había nada más así que, tras un último vistazo, salió de aquella estancia cerrando tras él. Abrió otra puerta, ésta era igual a la anterior sólo que con trenecitos en un raíl circular en el centro del dormitorio, donde la ventana dejaba enfocada la brillantez que la luna ofrecía y se filtraba por ella. <<La habitación de Thommy>>, pensó mientras cerraba la puerta para ir a la que quedaba. Thommy era el mellizo de Molly, el otro hijo mediano de aquella familia.

Se oía viento golpeando con fuerza la fachada de la casa, con furia, y podía percibir que el tiempo en general se estaba alterando.

— Última puerta de esta planta... —Susurró más para sí mismo que otra cosa.

Abrió y se encontró con un gran baño, muy espacioso. Oteó atento por si estuviese ahí lo que buscaba, pero no, tampoco ahí. Se sintió tremendamente aliviado, respiró con calma y cerró la puerta para, al voltearse, observar con detenimiento el rellano y encaminar a pasos lentos hasta la escalera de bajada. Se sentía increíblemente tranquilo sin entender por qué y, lo más extraño, era que al mirar hacia las habitaciones sentía incluso nostalgia, o un sentimiento que se asemejaba. Sacudió su cabeza para quitarse ideas raras de la mente e inició su descenso por la estructura hasta llegar al rellano de ese piso. Volvió a mirar lo que le rodeaba, analizando la posición de las puertas e intentando averiguar si merecía la pena abrirlas todas. Cuando tomó una decisión se encaminó hasta la puerta escogida y abrió.

Fuera, la gente miraba el cielo, viendo venir una tormenta que iba a descargar con violencia sobre ellos si eso se seguía alargando. Esperaban que Leonard, que así se llamaba el párroco, saliera pronto porque estaban ansiosos y muertos de miedo. Solamente les faltaba calarse hasta los huesos, sería el remate de la situación.

Leonard entró en la sala y descubrió otro baño, más pequeño; observó y escuchó... nada. Cerró y siguió con su exploración. En la siguiente sala halló la habitación del matrimonio, Debbie y John, donde también había una cuna, que debía ser la de Altor, el hijo de año y medio del matrimonio; allí tampoco parecía haber nada. En las puertas restantes encontró un estudio con lienzos, un despacho, una habitación con dos camas que debía ser de invitados, y el cuarto de su hijo mayor, William. En ninguna de ellas estaba su objetivo, y eso empezaba a desesperarlo.

— ¿Acaso tendré que bajar al sótano? —Preguntaba en voz alta el cura— Espero que no... ¡Bastante tuve con la buhardilla!

En ese instante se oyeron unas risas contenidas, provenientes de la planta baja, y maldijo para sus adentros. ¿Cómo podían jugar así con él? Aún maldiciendo entre dientes descendió, hasta llegar a la planta baja, donde tan solo tenía dos opciones: izquierda o derecha. Oteó el espacio y terminó optando por la izquierda pero, al moverse para ir en dicha dirección, un sonido lo alertó.

Desde el exterior, el populacho lo miraba con curiosidad, preguntándose si ya tenía la criatura que buscaba pero desconcertados pues lo veían solo. Él se adentró en la puerta que quedaba a su derecha y revisó con una mirada penetrante lo que había allí. Se trataba de una sala enorme, juraría que casi media planta, sino más, repleta de sofás, sillones, mesa de té, chimenea, una mesa para comer realmente grande con diez sillas a su alrededor y, al fondo, un recodo. Al ir a ver que había se encontró con un arco que delimitaba el salón-comedor de la cocina, muy amplia y espaciosa, con otra mesa en el centro y seis sillas. Al fondo había dos puertas, una que daba al jardín y otra más que, aparentemente, daba al sótano y estaba, peligrosa y terriblemente, abierta. Oyó un ruido tras él y se volteó, raudo y veloz. Y allí estaba, sobre la mesa de la cocina. Un bebé de verdad, de carne y hueso, envuelto en un pedazo de tela y depositado sin más sobre la mesa polvorienta. Cuando entró no estaba ahí, ¡estaba convencido de ello!

✔️La venganza del diez de julio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora