Nueve

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Durante la reunión, cerca del final de la misma, alguien lanzó al aire una idea que los desubicó.

— Tengo una pregunta —todos le miraron esperando dicha pregunta—. ¿Alguno ha pensado que el asesino es uno de nosotros? ¿O sólo yo?

Lo miraron como si lo que decía fuese un disparate y se apresuró a aclarar su comentario.

— A ver, es que si el tema aquí es que alguien los mató e hizo que sus cuerpos desaparecieran y, por ello, nos matan a nosotros es porque ha de ser uno de nosotros, ¿no?

Sus miradas se agrandaron, y se hizo el silencio.

— Además, si el culpable fuese uno de los que ya han fallecido... ¿no habrían cejado ya en su empeño de eliminarnos? Con lo cual ha de estar vivo, y lo peor, entre nosotros. ¡Ha de ser uno de nosotros! —Insistió ante las intensas miradas que recibía.

— Quizá... puede que tengas razón, pero... No quiero pensar que uno de nosotros es el responsable de que nos quieran matar a todos, ¡es algo demasiado complicado para mí! —Le respondió una mujer mientras abrazaba a su hijo.

Estas palabras les dejaron a todos perplejos, ¿cómo no habían pensado en ello antes? Y, lo más importante, ¿cuál de sus vecinos era el responsable de tanta desgracia? Y ¿por qué?

Transcurrió un día entero, con tarde incluida, y estaban cada vez más nerviosos, cansados de esperar y de vivir atormentados por culpa de alguien de quien tan sólo sabían que era uno de ellos. Llegó la hora de dividirse e irse cada uno a su vivienda; esa noche se acostaron más inquietos que nunca, deseando que llegase la mañana siguiente para, con suerte, saber algo nuevo respecto a las fotografías. Todos excepto uno de ellos. Justin, el granjero, debía revisar y comparar imágenes para ver si aquello que creía haber visto podía ser algo importante o, al menos, algún tipo de pista que les llevase a algo mayor y decisivo. ¡Y vaya si lo era! Pero aún no lo sabía, le quedaba un duro trabajo nocturno para descubrir algo y así prosiguió, de foto en foto, mirando cada detalle, cada rostro, cada árbol... Hasta que lo vio...

Pasaron, la mayoría, mala noche. Al llegar el día cada uno atendió sus quehaceres y obligaciones y, tras terminar, se prepararon para lo peor y salieron a la calle a sufrir de nuevo. De camino a la concurrida plaza unos y otros se encontraban por las callejuelas y se iban formando pequeños grupos vecinales, allí se convertían en un solo grupo e iniciaban su ya habitual conversación.

A partir de ya, más que nunca, deberían estar siempre juntos, no fuese a darse el caso de que contactasen con ellos para responderles y estuviesen disgregados por todos lados. Esperaban que no tardasen en darles una señal o respuesta, pero no sabían exactamente cuándo, ni dónde, ni cómo... Simplemente no sabían nada. Y deberían esperar mucho si no empezaban a ponerse manos a la obra, pero ese detalle, igual que todo lo importante, lo ignoraban aún. Justin acudió a la reunión con una caja y los álbumes de los difuntos, y lo puso todo sobre las mesas de la plaza antes de que las preparasen para los desayunos. Pidió dos voluntarios para ayudarle a preparar todo y así ser capaz de realizar una buena exposición de su hallazgo, trivial o no. Anthony y el anciano fueron los rápidos voluntarios que se pusieron a su lado sin tardanza para averiguar qué necesitaba que hicieran.

— Necesito que preparemos una fila de mesas, todas unidas, como las que usamos para desayunar. En ellas pondré, en una hilera, las fotografías de los álbumes que necesito para exponer mi teoría y, en otra, mis fotografías. ¡Suerte que mi difunta esposa siempre tomaba fotos de todo!

— Eso está hecho. Las mesas, ¿qué más? —Preguntó Anthony, emocionado al saber que había encontrado algo.

— Uno de vosotros me ayudará a colocar las fotos, otro debe ir al ayuntamiento, junto a Doris a buscar los documentos de esta lista —dijo, entregándoles un papel con 4 líneas escritas.

— Yo puedo disponer las mesas y marchar con Doris, cuando llegue —se ofreció el muchachito—. Usted —se dirigió al señor mayor—, puede ayudarle con las imágenes, si le parece bien.

— Claro, chico, me parece perfecto —aceptó el hombre, rascándose la barba y sonriendo.

— Bien, manos a la obra pues —dijo Justin.

Cada uno se dedicó a su quehacer, Anthony disponía las mesas y, tras él, los dos hombres colocaban fotografías, previamente ordenadas. Cada uno instalaba en su lugar la que correspondía y éstas se complementaban entre ellas. Una vez dispuestas las mesas y habiendo llegado Doris, el chico se alejó con ella rumbo al ayuntamiento. Doris era una chica de la edad de Anthony, más o menos, empleada del ayuntamiento que, por cierto, no tenía gobernador desde el fallecimiento del mismo. Ayudó al apuesto chico, muy complacida de estar con él y emocionada, además, por saber que era de utilidad. La misma ansia de saber qué sucedía que acuciaba a cada uno de sus vecinos se había instalado en ella y le hacía suspirar debido a los nervios.

Los jóvenes regresaron a la plazoleta, muy contentos por haber podido dar con todo lo pedido y, acto seguido, se lo entregaron a Justin quien, a su vez, lo colocó en un hueco junto a las fotos de las mesas. Ubicó también un cuaderno del que ninguno de sus compañeros de historia sabía el contenido, ni tan siquiera sus ayudantes de esa mañana. Anunció, en voz muy alta y clara, que tras los desayunos iban a tener una muy necesaria clase de historia y revisión de imágenes y, seguidamente, se sentó junto a sus acompañantes dispuesto a alimentarse.

Todos le miraban con el rabillo del ojo, expectantes pero con una renovada esperanza porque estaban seguros de que algo se había podido encontrar y, por lo tanto, algo podrían averiguar. Eso era algo que los puso de buen humor, olvidando incluso los problemas que tenían e inclusive que uno de ellos, se suponía, era el causante de todos esos problemas. Olvidaron, por algo menos de una hora, las cosas malas y disfrutaron de un almuerzo muy ameno y lleno de conversación e incluso alguna risa.

— Entre sus fotos había una serie de instantáneas que mostraban varios puntos clave —empezó a pasearse por delante de las mesas llenas de memorias en papel fotográfico, señalando mientras los nombraba—. La zona de campo que queda justo detrás de la mansión, la pequeña montaña que comienza a menos de dos kilómetros de ésta y el pueblo visto desde esa misma montaña —se detuvo y les miró—. Podéis acercaros a mirarlas y os lo sigo explicando, si queréis.

La mayoría le hizo caso pero los más jóvenes, excepto Doris y Anthony, se quedaron sentados esperando. Iban mirando las imágenes, intentando ver lo que él había visto pero la mayoría, desgraciadamente, no veía nada concreto.

— No puede ser —se oyó, con voz apagada y casi en un susurro—. Justin, dime que no fue por esa dichosa construcción...

— Me temo que sí, Violet —dijo él apenado, aunque con firmeza—. Todo indica que eso tiene mucho que ver.

— ¿Qué construcción? —Preguntó Anthony, que en la fecha en que se databan las imágenes era tan solo un muchacho de catorce años.

— Bueno, lo correcto sería decir construcciones, Anthony —puntualizó Violet, una señora de entre cuarenta y cinco y cincuenta años que había vivido desde su nacimiento en el municipio —se trataba de varias construcciones que, según el entonces alcalde y los encargados de urbanismo, eran de vital importancia y necesidad para el pueblo.

— Sí, pero no nos gustaba lo que pretendían hacer y se produjeron algunas protestas, algunas lideradas por Ellos, que eran unos de los principales afectados —continuó Justin hablando en alto para que todos lo escuchasen.

No todos hacían lo mismo ahora; unos seguían mirando imágenes, otros tan sólo le prestaban atención a la conversación, intentado seguir la trama de algo que no recordaban, bien por el paso del tiempo o por ser demasiado jóvenes en aquella época.

✔️La venganza del diez de julio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora