Tres

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Andy estuvo un par de meses en la ciudad de Aberdeen, matando sus penas en alcohol e intentando asimilar la partida de su equipo y de Quynh. Hasta que un día tuvo suficiente. Ella no quería pasar su último tiempo como mortal de esa manera. Era hora de encaminar su vida.

Viajó a Grecia y se instaló en un pequeño departamento en Atenas. Eligió esa ciudad porque le tenía un cariño especial. Lykon había nacido allí. Él era el primer inmortal con el que ella se había encontrado, él había sido su primer hermano. Lykon siempre la había llenado de historias de Atenas y en una ocasión la había llevado a conocer esa ciudad que tanto amaba.

Además sabía que David vivía allí. David era un doctor colombiano, que trabajaba y vivía en Atenas. Ella lo había conocido haciéndose sus chequeos médicos. Desde que se había hecho mortal había necesitado hacerse un par, y así se conocieron. Habían logrado conectar ya que ella también hablaba español, y así, mezclando ambos idiomas: griego y español, descubrieron que se llevaban bien. Por eso, cada vez que había necesitado atención médica Andy había recurrido a él.

— Andy. — Llamó David su nombre, reconociéndola en el mercado. — ¿Qué haces aquí? — Preguntó con curiosidad.

— Vivo aquí. — Respondió ella.

— Pensé que viajabas con tu familia por todo el mundo. — Dijo él confundido, pero queriendo saber más detalles.

— Lo hacía, pero ya no. — Admitió ella. — Ellos decidieron continuar sin mí. — Agregó, su voz quebrándose un poco porque todavía le dolía.

— Las separaciones duelen. — Comentó él, entendiendo de alguna manera un poco de su dolor.

— Si. — Afirmó ella.

— Pero bueno, concentrémonos en algo bueno. Me gusta que estés acá, va a ser lindo tener una amiga en la ciudad. — Dijo él, intentando animarla.

— ¿Somos amigos? — Preguntó ella, sonando algo desafiante.

— Podemos y vamos a serlo, estoy seguro. — Asintió él con confianza.

Al mes de estar en Atenas se unió al departamento de bomberos. Ella quería continuar haciendo algún bien a la humanidad, y sentía que con ese trabajo podía mantener algo de ese propósito. Al año consiguió que la nombren capitana de un escuadrón, sus habilidades y su capacidad de liderar siendo totalmente respetadas y valoradas por sus compañeros.

Así es como Andy comenzó a darse cuenta que no estaba completamente sola.

Andy tenía a su escuadrón. Ella se sentía muy cómoda con sus compañeros de trabajo, apreciaba a cada uno de ellos. Y aunque no podía sentirlos del todo como su familia, porque para ella su familia era su equipo de inmortales, si podía sentirlos como amigos.

Y también tenía a David. Ellos se habían hecho grandes amigos. Todos los miércoles y los sábados compartían cenas, maratones de películas y salidas al teatro. Era una linda costumbre que tenían. Ella amaba cada momento que compartían, y estaba segura que no podría haber encaminado su vida sin la compañía de ese hombre.

Y así, casi sin darse cuenta, pasaron tres años.

Era de noche, tarde. Andy regresaba de un turno intenso de trabajo, hubo un gran incendio al que les había llevado varias horas detener. Estaba totalmente agotada, lo único que quería era darse una ducha para quitarse el humo de encima y dormir.

Sin embargo, cuando llegó a su departamento, algo llamó su atención. Antes de abrir la puerta, su intuición ya le indicó que había una presencia extra. Había alguien allí, estaba segura de eso. Su mortalidad no había cambiado sus instintos de supervivencia, nada iba a hacerlo. Había cosas que después de casi siete mil años de vida jamás iba a olvidar, y defenderse era una de esas.

A million ways to dieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora