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Conway conducía todo lo rápido que podía, contando los segundos con impaciencia mientras veía el viejo edificio del omega aparecer en su campo de visión. Aparcó el coche encima de la acera, arriesgándose a llevarse una multa, pero no le importaba.

La puerta del edificio estaba abierta, igual que las otras veces que se había presentado allí, por lo que entró sin pensárselo y aceleró su paso al llegar a las escaleras, hasta, por fin, llegar a la puerta del departamento del menor. Dio un par de golpes, pues el timbre no funcionaba, mientras trataba de recobrar el aliento, esperando a que la puerta se abriera.

Un sudoroso Gustabo se hizo presente en cuestión de segundos, con tan solo un enorme camisón que le tapaba hasta los muslos. El alfa no pudo evitar recorrerle con la mirada, consiguiendo que la acción no pasara desapercibida por el menor.

Quizás no lo hiciera mucho, pero sabía bien cómo seducir a alguien, y el elemento visual lo era todo.

—¿Vienes a ayudarme, alfa?— preguntó expulsando sus feromonas para conseguir una respuesta afirmativa a su pregunta.

Sin embargo, Conway se mantuvo en silencio mientras le miraba a los ojos a través de sus gafas, quizás porque no sabía cómo decirle que no, o quizás porque tampoco sabía si quería decirle que no.

Entonces Gustabo aprovechó, tomándose su silencio como una afirmación.

—El que calla otorga, ¿no, abuelo?— vaciló justo antes de agarrar la corbata del mayor y atraerlo hacia su cuerpo, cerrando la puerta del departamento tras de si.

Le arrastró por toda la estancia hasta llegar al sofá, donde le empujó para tirarlo en él. Conway se dejaba llevar, sin saber, quizás por primera vez en mucho tiempo, cómo reaccionar. El aroma a vainilla se colaba en sus fosas nasales sin poder evitarlo, atontándose con cada respiración que daba.

Gustabo se sentó encima del alfa, dejando su parte racional de un lado. Él también tenía ganas de dejarse llevar. Empezó a mover sus caderas para hacer fricción entre ambos bajo la atenta mirada de Conway, consiguiendo así excitarse más. Pequeños jadeos comenzaron a salir de su boca, los cuales parecían desesperar a la parte instintiva del alfa, por lo que llevó sus manos a las caderas del menor, presionándole aún más contra él.

Al rubio se le escapó un leve gemido por la acción, notando cómo su lubricante empezaba a escurrirse. Desesperado, llevó sus manos a las de Conway para agarrarlas y dirigirlas hacia sus muslos, donde el alfa pudo notar la humedad que empezaba a bajar por sus piernas.

Gustabo siguió moviéndose, deseoso de que las manos del alfa siguieran explorando aquella zona, mientras llevaba las suyas al cuerpo del mayor, recorriéndolo con éstas, hasta llegar al dobladillo del pantalón. El omega quiso jugar un poco, para luego continuar su camino hacia el bulto que empezaba a formarse, pero el repentino movimiento del alfa le interrumpió.

Conway se incorporó con rapidez, consiguiendo así que sus cuerpos se pegaran más, mientras subía un poco más sus manos para agarrar con fuerza el trasero del menor.

—Ya has tenido demasiado control por hoy, Gustabín— murmuró autoritario sin apartar la vista de los lujuriosos ojos del omega.

Se levantó del sofá con Gustabo todavía encima, sacándole más de un jadeo con aquella acción a éste, y empezó a caminar mientras el rubio se centraba en explorar el cuello del mayor, dejando besos y lamidas por toda la zona.

Conway intentaba no sucumbir a sus encantos y mantenerse cuerdo, a pesar de lo mucho que le estaba costando.

—¿A dónde me llevas?— preguntó el menor entre jadeos.

¿𝑶𝒎𝒆𝒈𝒂? 𝟏𝟎-𝟒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora