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La puerta se abrió abruptamente haciendo que Gustabo pegara un salto en la silla, todavía consumido por la tensión, y que un fuerte olor a café inundara aquella habitación.

El efecto del segundo supresor ya se había rebajado, por lo que debía disimular el nerviosismo y, hasta podría decirse que miedo, que sentía en aquellos momentos para no volver a delatarse.

Vio a Conway pasar por su lado, suspirando pesadamente y aflojándose un poco la corbata. Su camisa, antes blanca, ahora estaba salpicada de la sangre del atracador. Gustabo solo rezaba para que estuviese vivo. Una vez sentado, se secó con el dorso de su mano el sudor de su frente, para más tarde recostarse sobre la silla y agarrarse el puente de la nariz.

El rubio le observaba atentamente, quizás por el miedo a lo que venía después, o quizás porque la imagen del superintendente en aquel estado le resultaba sumamente sensual.

—Gustabo, Gustabo...— habló cansado— Me has estado mintiendo, ¿a que sí, Gustabín?

—¿Con qué?— respondió de forma segura. Iba a llevar la mentira hasta el límite.

Conway le miró fijamente durante unos segundos, pensando seriamente en qué hacer. Se levantó de su silla ante la mirada del rubio, y se posicionó en frente de él, apoyándose en la mesa y cruzándose de brazos a su vez.

—¿Por qué hablaste el otro día con Claudio?

—Pero no se ponga celoso papu— habló riendo ligeramente.

—Vale, déjame que te ilustre— dijo sarcástico, empezando a enfurecerse— Yo lo sé todo en esta ciudad, y por lo tanto, sé que es lo que pasa en el hospital— Gustabo tragó fuerte ante sus palabras— ¿Crees que no sé a qué se dedica ese doctor?

—Pues a muchas cosas super, hay falta de personal en el hosp...

—A tratar con omegas— le cortó— ¿Por qué se le asignaría a un alfa un médico de omegas, por mucha falta de personal que haya?

—Eso tendrá que preguntárselo a la jefa de ese hospital— respondió, manteniéndose todavía firme.

Conway respiró profundo en un intento por calmarse.

—¿Me estás diciendo que si ahora te amenazo hasta ponerte en una situación extrema para que me digas la verdad, mi despacho olerá a limón?

—Efectivamente, puro limón.

Gustabo sonreía para seguir con su tapadera de alfa despreocupado, pero por dentro temblaba y rezaba para que el superintendente no hiciera lo que acababa de decir.

Tras aquello, un pequeño silencio se hizo presente en el que lo único que podía escuchar el rubio era su propio corazón, pues temía lo que Conway pudiera hacer para descubrirle. Sin embargo, el largo suspiro del mayor le hizo relajarse.

—¿Qué tal va el balazo?

—Sigue doliendo.

—¿Horacio no te lo curó?

El rubio iba a responder extrañado, hasta que lo recordó: la saliva de alfa es curativa.

—No ha tenido tiempo— improvisó.

Conway volvió a suspirar, pensando en lo inútiles que eran. Ultimamente suspirar era lo único que hacía, sobre todo con el chico rubio que tenía delante.

—Enséñame la herida— ordenó todavía de brazos cruzados.

Entonces Gustabo se animó. Todo lo que fuera presumir de su cuerpo le animaba.

—Va a ver lo mamadísimo que estoy, papu— dijo levantándose y agarrándose la camiseta para empezar a tirar de ella.

—Como me vuelvas a llamar así la herida de bala no va a ser la única que te duela.

¿𝑶𝒎𝒆𝒈𝒂? 𝟏𝟎-𝟒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora