𝑐𝑎𝑝𝑖𝑡𝑢𝑙𝑜 5

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𝑑𝑒𝑠𝑒𝑜𝑠 𝑖𝑚𝑝𝑜𝑠𝑖𝑏𝑙𝑒𝑠

Mayo, 2018

MAXIMUS

Tras ingresar al vehículo y hundirme en el asiento de co-piloto, le proporciono un repentino golpe al espejo retrovisor, luego de observar durante unos efímeros segundos el reflejo de mi rostro. Estoy convencido de que puedo ser sensacional, pero a veces me avergüenzo de mí mismo. Y odio sentirme así, porque no lo puedo evitar. No lo puedo frenar. Simplemente pasa cuando llego a extremos como estos.

—¿Cuál es tu problema, bestia? —cuestiona Irvin, sentado frente al volante, mientras lleva la cuenta de una considerada suma de dinero—. Sobra lo suficiente para repartir entre los tres —remarca. Caleb, que se ubica en la parte trasera, escucha atento. De los tres, es el que más desesperado se encuentra por dinero.

—Dijiste que sería uno solo —manifiesto, ofuscado—. Eran cinco y mira como me dejaron la cara. Maldición —continúo quejándome, pensando que por la mañana mis padres y mi entrenador me pedirán explicaciones. Con papá y mamá puedo lidiar, pero no podré escapar del profundo sermón que me dará Pierce.

—Los negociosos pueden fallar a veces —se encoge de hombros, guardando parte del dinero.

—¿Puedes darme mi parte y ya? —pide el que está atrás e Irvin de inmediato gira el monto de billetes.

Resulta que su padre tiene una empresa dedicada a la construcción. "Harts Constructora", una de las más reconocidas de la ciudad. El hombre es muy drástico en sus negocios, no tolera a los deudores. Así que, cuando se pasan del límite, Irvin se encarga de hacer que paguen. Caleb y yo empezamos a respaldarlo durante el último verano, cuando nos dimos cuenta que estábamos creciendo y que necesitábamos el dinero para hacer las cosas que queríamos. Por mi parte, nunca tuve problemas económicos, pero mis padres son extremadamente cuidadosos con la cantidad de dinero que me proporcionan. Odio tener que darles una explicación cada vez que necesito plata.

Extiendo la mano, esperando lo que me corresponde. El chico me lo da, pero al contarlo, compruebo que existe un error. Menos de lo prometido.

—Esto no es lo que pactamos —la furia que parecía haberse apaciguado, revive y se inyecta en mis ojos.

—Los negocios pueden fallar a veces —repite, quitándome los últimos restos de paciencia. Arrojo el dinero sobre su cara.

—¿Sabes qué? No quiero nada —dictamino y seguido, desciendo del vehículo—. Es la última vez que hago esto —agrego, antes de cerrar la puerta con fuerzas.

Los chicos no dicen nada. Irvin deja fluir una sonrisa de soberbia, dedica una última mirada en busca de arrepentimiento, espera una disculpa de mi parte. No se la doy. Entonces pone en marcha el auto y se aleja a través de la calle, la figura de su deportivo se vuelve cada vez más pequeña, hasta que se aparta de mi vista.

Mierda. No conozco el vecindario donde me dejó.

Aún desorientado, un punzante dolor a un extremo de la frente corrompe la repentina tranquilidad. Llevo la mano al sitio y efectivamente, percibo la humedad. Después, observo las yemas de los dedos y noto que están manchadas de rojo. Estoy sangrando.

Envío un mensaje a Jude, él dejará que me quede en su casa, pero no responde. Claro, ¿quién va a responder el teléfono un domingo de madrugada? Lo llamo, pero tampoco contesta. Vuelvo a intentarlo, al mismo tiempo que camino a una orilla de la calle, con mis cinco sentidos a alerta porque fácilmente podrían robarme, asesinarme o secuestrarme, quien sabe, cualquier cosa.

Asuntos ilícitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora