Capítulo 36

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Bueno, no voy a decir lo obvio, aquello de que “lo que ha unido Dios, que no lo separe el hombre”, y nadie supo nunca quién lloraba más, si Margaret o Romeo, que ambos compartían aquel pañuelo blanco mientras Phillip repetía los votos reglamentarios y deslizaba, en el dedo anular de Natasha, aquel anillo matrimonial que acompañaría el de compromiso, que era brillante, lleno de diamantes, cuatro filas de diamantes, creando el Pavé en Platino, y luego, Natasha deslizándole aquel anillo, la perfecta fusión de Paladio y Platino, un anillo relativamente pesado, pero sobrio, mate a pesar de haber sido pulido hasta el cansancio, pues a Phillip no le fascinaban los anillos, eso lo sabía Natasha, y sería más fácil para él si no brillaba. Después de que Su-Gran-Eminencia-el-Arzobispo-de-Nueva-York-Timothy-Michael-Dolan los bañara en agua Bendita, con Bach de fondo, y luego les hiciera una limpieza pulmonar con aquel incienso con el que pretendía purificar sus almas, todo para que cerrara con aquel típico y cinematográfico: “I now pronounce you, Husband and Wife; Phillip, you may kiss your lovely Wife”, y aquel beso, que quedó fotografiado a la perfección, tanto en blanco y negro, como en sepia, como a color, a una resolución inexistente, ¿qué habría hecho Margaret para tener a Mario Testino fotografiando cada momento? Y si tan sólo Consuelo hubiera sabido, en totalidad, las personalidades que estaban sentadas tras ella, personas que no tenían por qué estar ahí, sin embargo ahí estaban, desde Michael Bloomberg y su compañera doméstica, pues no era su esposa, viva la unión libre, hasta la creadora de los vestidos de Lauren  y Camila, a quien Natasha llamaba, con libertad y cariño: “Aunt Donna”, desde André Leon Talley hasta Kimora, desde Bobby Flay, íntimo amigo de Margaret, hasta Gloria Gaynor, aunque todos sabían que, muy en el fondo, Natasha estaba incompleta, pues “Auntie Donna”, que no era Donna Karan, sino Donna Summer, faltaba, en todo sentido faltaba, quizás porque era una de las mejores amigas de Margaret; que era, quizás, la mezcla más diversa en el círculo de amigas de Margaret: ella de crítica, Donna S. de cantante, Terry de escritora literaria, Diane de escultora, Mercedes ex-tenista profesional y ahora entrenadora, Donna K. de diseñadora y Jane, la actriz.

Aunque la mayoría de invitados ya se había trasladado al Plaza, creando un embotellamiento de tráfico por la larga fila de autos negros que se alineaban a lo largo de la Quinta Avenida, llegando hasta más allá del Plaza, algunos invitados habían decidido caminar aquellas siete calles, el resto de los invitados esperaban a que los nuevos esposos, que de nuevos eran realmente hacía una semana, a que terminaran la típica sesión de fotografías, para que, al fin, salieran de la mano, y nada de arroz, ni burbujas, ni un aplauso, NADA, sino que, urgentemente, a la fiesta, Sí Señor. La ventaja de ser de la familia de la novia o del novio, que ni era la familia en realidad, sino sólo los novios, los padres de los mencionados, y los padrinos y madrinas, todos gozaban del derecho de Limusina para llevarlos rápidamente al Plaza, al Great Ballroom, en donde, por supuesto, tenían que mantener la tradición: el primer baile de los novios, que bailarían al compás de “What A Difference A Day Makes”, un baile totalmente improvisado pero romántico, con aquella rasposa y sensual voz del único e inigualable Rod Stewart, en vivo, todo para que terminaran bailando Phillip con Katherine y Natasha con Romeo, y luego en intercambio, Natasha con Phillip I y Phillip II con Margaret, pero eso era para que se terminara lo cursi y lo tradicional, o, bueno, para que sólo quedara el discurso/éxitos/bendiciones del Best Man, o sea Patrick, y el brindis de la Matron of Honor, que habían decidido que fuera Lauren  quien levantara la copa del brindis final, ningún brindis de ninguno de los padres ahí presentes, ni del novio, ni de la novia, simplemente dos, pues había mucho que celebrar: el permiso de la Arquidiócesis para transformar la fornicación en un “acto de sexualidad natural en pareja con el fin de procrear, basado en el amor”, el hecho de que no sólo las Leyes del Estado, sino también las Celestiales, les hacían la constancia y les emitían el permiso para vivir juntos, que tenían el permiso de, por fin, vivir una vida completamente juntos.

El lado sexy de la arquitectura (CamrenADAPTACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora