Bajo su máscara, Yin Yu arqueó una ceja con un gesto divertido. De todos los escenarios posibles, este era el que menos se imaginaba que fuera a suceder: frente a él se encontraba un recién ascendido oficial celestial, con un porte elegante y una expresión que mostraba una ligera incomodidad, como si algo lo perturbara pero decidido a impedir que aquello le afectara.
— Pequeño Pei, ¿qué le trae por aquí?— preguntó Yin Yu aunque ya intuía la respuesta.
— Si su excelencia Hua Cheng lo permite, quisiera entrar a Ciudad Fantasma— pidió Pei Su, imperturbable—. Quiero ver a alguien.
La sonrisa de Yin Yu fue más grande que aquella pintada en su máscara y luego de unos momentos se apartó extendiendo un brazo en un gesto de invitación.
— Adelante— concedió.
Pei Su agradeció con un asentimiento y entró. No fue hasta que se perdió de vista que Yin Yu se echó a reír a carcajada suelta, como nunca lo había hecho en toda su vida. Hay que ver, que cosa tan curiosa eran los jóvenes y el amor. Mientras tanto, en el interior de la ciudad, Pei Su avanzaba sin prestar atención a los gritos y exclamaciones de los fantasmas a su alrededor; algunos lo reconocían y le dirigían saludos, algunos otros al verlo soltaban toda clase de improperios dirigidos a su persona que el oficial celestial pasaba por alto, su objetivo era el templo Qiandeng y al notar esto los fantasmas de inmediato le advirtieron que se detuviera. ¡Ese era el templo de Hua Chengzu para Daozhang Xie! ¿Cómo este pequeño oficial celestial podría ser capaz de poner un pie allí?
¿¡Qué no sabe las cosas para las que ese templo es usado!? ¡Podría interrumpir!
Pero antes de que alguien pudiera realmente hacer algo aparte de lanzar gritos al aire, Pei Su abrió la puerta del templo y entró. No pudo evitar mirar el amplio altar sin estatua que adornaba la estancia, para después dirigir la mirada a la pequeña figura de negro que iba de un lado a otro colgando talismanes, su corazón dio un vuelco y una sonrisa se formó en sus labios, pronunciando su nombre con suavidad.
— Ban Yue.
La hechicera se detuvo al escuchar su nombre, volteando rápidamente, y sonrió al ver quien era el visitante. Dejando de lado los talismanes que aún tenía en sus manos corrió a su encuentro deteniéndose frente a él.
— Pei Su gege— dijo con los ojos brillantes—. Que alegría verte. El general Hua dijo que habías vuelto a ser oficial celestial, ¡me alegro mucho!
Ambos habían permanecido al amparo de la Señora de la Lluvia hasta el momento en que la capital celestial había sido reconstruida, fue en ese momento que se separaron para buscar su lugar en el mundo: Ban Yue había decidido ir a Ciudad Fantasma tomándola como su nuevo hogar, mientras que Pei Su vagó por el mundo hasta que pudo ascender nuevamente y tomar su antiguo lugar como diputado del palacio Ming Guang. Solo entonces el joven se había dedicado nuevamente a pensar en la muchacha, dando vueltas a una idea que había recordado.
— Vine a cumplir mi promesa— dijo Pei Su sucintamente.
Ban Yue frunció el ceño y justo cuando estaba a punto de preguntar a qué se refería Pei Su se arrodilló frente a ella con una cajita en las manos. Los ojos de la antigua sacerdotisa se abrieron desmesuradamente y un leve sonrojo cubrió sus mejillas cuando el joven abrió la caja, revelando una bella perla en su interior.
Y entonces supo a qué se refería.
"Cuando sea grande seré un gran capitán. Entonces te traeré la perla más hermosa del mundo, y nos casaremos"
Una promesa infantil hecha siglos atrás, en una existencia mortal marcada por la sangre y la guerra. Una promesa traída aquí y ahora en un gesto que ella había creído imposible y que, incluso, había creído olvidada, enterrada con los miles de muertos entre las llanuras centrales y el país de Banyue. Una promesa finalmente cumplida.
— Pei Su...
— No había ninguna perla hermosa en este mundo, así que tuve que buscar en los dominios de Agua Negra.
Una perla marina sacada de la isla del rey demonio Agua Negra. Ban Yue estaba entre conmovida y alarmada: Pei Su había desafiado al Supremo de las aguas... por ella. No sabía si reír o llorar. Lo único que tenía claro era que no podía dudar de las intenciones del oficial celestial ni de la seriedad con la que se había tomado tal promesa, por lo tanto ella se tomaría el gesto con la misma seriedad: buscó entre los pliegues de su túnica hasta dar con una pequeña cuerda, a la que ató la perla ofrecida, y la colgó de su cuello con una sonrisa. Solo entonces Pei Su se puso de pie, sonriendo al fin.
— Tendremos que buscar a alguien que acepte casar a un oficial celestial y a un fantasma— dijo la hechicera, a lo que su ahora prometido replicó:
— Estamos en Ciudad Fantasma. Encontraremos a alguien.
Así, tomados de la mano como la pareja que siempre habían soñado ser, salieron del templo Qiandeng para recorrer la ciudad.