"¿Cómo llegamos a esto?", se preguntó Mu Qing en el cenit de su desesperación. Lang Qian Qiu estaba tirado en el suelo, inconsciente, Quan YiZhen estaba hecho un ovillo, sujetando su cabeza y diciendo un montón de cosas ininteligibles mientras que él tenía toda clase de heridas recorriendo su cuerpo.
¿Cómo habían terminado así?
— Hay un espíritu maligno en las aguas del centro— indicó Xie Lian.
Como Emperador del nuevo cielo era su deber monitorear todo aquello que pudiera representar una amenaza a las personas comunes y pusiera en riesgo sus vidas, pero desde hace algunas semanas se encontraba ocupado en otra cosa: una perturbación de energía que todos los dioses habían sentido pero que por alguna extraña razón parecía afectarle más a él, como si compartieran algún lazo desconocido. Debido a ello pasaba más tiempo de lo normal en Ciudad Fantasma bajo el cuidado casi obsesivo de Hua Cheng y subía al cielo únicamente para delegar tareas a los dioses.
Una de estas tareas, un fantasma acuático de nivel Ira, le había sido entregada a Mu Qing, llevando como su refuerzo a Su Alteza Tai Hua y Su Alteza Qi Ying en caso de que las cosas se salieran de control. Al llegar vieron a un grupo de cultivadores rodeando el lugar en un círculo de protección para evitar que las personas entraran al sitio y lo que sea que viviera allí saliera; los cultivadores se apartaron lo suficiente para que ellos pudieran pasar y volvieron a sus sitios en cuanto pasaron.
— Creen que vamos a morir— dijo Lang Qian Qiu con una sonrisa, mirando a Quan YiZhen—. Qi Ying, te apuesto un plato de congee a que puedo golpear más cosas que tú.
— Prepárate a perder, entonces— replicó Quan YiZhen con una amplia sonrisa—. Te apuesto dos platos de congee y una barra de oro.
— Hecho.
Mu Qing puso los ojos en blanco. Ahora sabía porque esos dos eran amigos: eran igual de hábiles e igual de idiotas, viviendo solo para pelear a la primera oportunidad. Sin embargo, este no era momento para sus niñerías, ¿era mucho pedir que por una vez se comportaran con seriedad? Sin embargo, prefirió no decirles nada y avanzaron por el sendero hasta llegar a un lago de aguas turbulentas; según el informe que habían recibido algunas personas, entre ellos algunos cultivadores, habían sido apresados por el espíritu de agua. Lo primordial era salvar a esas personas para evitar que fueran usadas de carnada y así evitar cualquier daño colateral.
De repente el espíritu del agua apareció: era una sirena de belleza sin igual cuya vista sería capaz de hechizar a quien sea que la mirara. A quien sea, menos a los tres hombres frente a ella: Quan YiZhen jamás había mostrado interés en las mujeres, Lang Qian Qiu no era la clase de persona que se dejara deslumbrar tan fácil aún cuando era un príncipe y Mu Qing había sido entrenado desde su juventud para no caer ante los encantos femeninos dado el voto de castidad de su cultivo. Al darse cuenta de esto, la sirena se abalanzó sobre ellos dando inicio a la lucha, una pelea donde la ventaja inicial de los dioses marciales se esfumó cuando la sirena dejó al descubierto su verdadera forma; en un segundo un fantasma de nivel Ira se transformó en uno de nivel Devastación.
¡Era Fēngkuáng, la calamidad de la locura! ¡Era el origen de aquella perturbación que aquejaba al mismo Emperador!
¡Era un Supremo al nivel de Lluvia Sangrienta que busca una flor y Agua Negra que inunda embarcaciones!
— ¿Cómo puede ser?— soltó Quan YiZhen—. ¡El monte TongLu había sido destruido!
A la mente de Mu Qing vino un nombre: Jun Wu. El antiguo Emperador del cielo, el primer rey demonio surgido. El mismo hombre que había sido sellado debajo del monte TongLu. No era de extrañar que Xie Lian fuera afectado en mayor medida: la insana obsesión de Jun Wu hacia él lo había alcanzado otra vez. En un segundo los dioses marciales fueron derrotados y con un solo toque de la calamidad Lang Qina Qiu y Quan YiZhen habían quedado fuera de combate.
En un instante la atención de Fēngkuáng se dirigió hacia Mu Qing y al instante siguiente una flecha salió disparada clavándose en su hombro, haciéndola retroceder inesperadamente hasta entrar nuevamente al agua, donde retomó su forma de sirena. El dios marcial volteó hacia el origen de aquel tiro y vio a una mujer con una túnica exterior roja y ropas de un alegre tono azul que sostenía un arco, lista para disparar de nuevo. Mu Qing sintió que el corazón se le iba a salir del pecho. ¿Qué estaba haciendo ella aquí?
— Shimei.
— General Xuan Zhen, tenemos que dejar de vernos así— replicó Qin Shimei acercándose con una sonrisa, como si el embarazoso encuentro de meses atrás no se hubiera producido—. Estás tan herido que en cualquier momento podrías desbordar sangre.
Mu Qing puso los ojos en blanco tomando su sable. Lo que menos quería era ponerla en riesgo, pero dado que el general Tai Hua parecía haber caído en coma y el general Qi Ying estaba en trance no tenía otra opción. Ambos lograron vencer a la calamidad en su forma acuática y ésta se retiró dejando libres a sus prisioneros; pero el estado de los otros dos dioses no había cambiado en absoluto, por lo que Mu Qing llamó a Feng Xin explicando la situación y él apareció con Pei Ming para llevar a Lang Qian Qiu y a Quan YiZhen. Qin Shimei se había mantenido al margen en todo el proceso, ocupándose en atender a las personas que estaban heridas, por lo que no se percató del intento galante de Pei Ming por intentar coquetear con ella hasta que escuchó a Mu Qing cerca de ella.
— No te atrevas a acercarte a ella, Ming Guang— advirtió fríamente.
— Sabes que no puedo resistirme a las bellezas— dijo Pei Ming.
— Te resistirás a esta.
— General Pei, este no es el momento— intervino Feng Xin—. Creo que algo grave pasó con Tai Hua y Qi Ying.
Pei Ming se volteó, galante, cargando a Lang Qian Qiu, lanzando una mirada a Qin Shimei que decía claramente "nos veremos luego". Feng Xin cargó con Qian Yizhen, que no paraba de balbucear y Mu Qing estuvo a punto de seguirlos cuando escuchó a Qin Shimei detrás de él.
— La enfermedad de la locura le ha afectado. Ten cuidado con esa sirena maldita.
Tras decir eso, Qin Shimei hizo una reverencia y se fue guiando a los prisioneros fuera de allí.